sábado, 6 de marzo de 2021

Quejigo de Cai

 


Dicen que es posible que al prestigioso botánico Willdenowque, que a mí me suena a Will de no sé qué, le llegara un ejemplar de maravilloso Quejigo Andaluz con la etiqueta cambiada y pensó que era de Canarias, por eso su nomenclatura científica: Quercus canariensis. Poco sé de la vida de este alemán el cual probablemente conoció hace dos siglos mucho más mundo del que pueda llegar a conocer yo. Sin embargo, me pregunto, si el que bautizó con un nombre erróneo a mi árbol favorito llegó a caminar alguna vez entre un bosque de ellos, sintiéndose embaucado por la exuberancia de su porte, los misterios de sus sombras, la belleza de sus ramas en candelabro, la postal de cuento de hadas que regalan. Seguramente el bueno de Will no je qué se tuvo con conformar con ponerle nombre mientras lo estudiaba a algunos miles de kilómetros de distancia de su lugar original en algún jardín del que no sabemos si algún día acabaron formando parte de forma ornamental.

El quejigo andaluz es, como ya he dicho, al menos para mí, un árbol vigoroso y mágico, empeñado en llenar de enigmas el camino del caminante. Y es que por nuestra tierra es común encontrarse con ellos, siempre que el recodo de un sendero te lleve a partes más húmedas. Suelos lavados de cal, profundos y frescos. Zonas umbrías, de altas precipitaciones, menores solanas y escasas heladas. Por eso, tal vez, encuentra en este rincón del mundo el mejor lugar donde echar raíces. Si bien también, como se acostumbra, según permiten al reino vegetal (y también al animal según eso que nos contaba  Darwin) prevalecer más o menos según las características del entorno y la adaptación que hacemos a él, podemos encontrarlos en lugares de características climáticas similares. Zonas no muy lejanas de por aquí, como al norte de Marruecos, como al oeste de Málaga, al norte de Sevilla o por la Sierra de Aracena. Pero es aquí en este parque conocido con el nombre de sus primos, donde los protagonistas de la zona desaparecen a veces, o se hacen secundarios, para regalarle más diversidad a sus bosques. Por eso, reivindico hoy desde aquí y sabiendo que no llegará a ningún lado, pasar a conocer nuestro Parque Natural de Los Alcornocales, como Parque Natural de Los Alcornocales y el Quejigo Andaluz. Porque es más andaluz que canario y no será un alemán de hace dos siglos el que lo discuta. Ya puestos a reivindicar en un exceso de nacionalismo podríamos llamarlo el Quejigo de Cai, pisha. O shosho, ya según cual sea la flor dominante.

De un modo u otro, y bromas aparte, valga esta entrada para invitar al lector a adentrarse en algún canuto de los de la Sierra del Aljibe, Niño, Luna, Ojén o tantas otras de nuestra zona en las que siempre, de forma silente y secreta, esperan pacientes los más bellos ejemplares para inundarnos de calma, imaginación y belleza. Porque son estos árboles en estas condiciones de humedad verdaderos ecosistemas que regalan en sí mismo un sinfín de vistas de un solo vistazo y así los vemos en estos días de tantas aguas repletos de musgos, con la enredadera(Hedera helix)rodeando sus troncos y ramas, a veces incluso estrangulándolos hasta casi la muerte; el helecho Davalia, el Ombligo de Venus, o los Polipodios. A veces presentando alguna gran oquedad que invita a pensar qué tipo de animal pudiera esconderse por ahí. Telarañas entre los ángulos de sus ramas en candelabro y muchas setas escondidas bajo sus hojas caducas que tiñen a colores anaranjados y favorecen un manto orgánico de alta humedad de condiciones idílicas para que los micelios de infinitos hongos arraiguen y proliferen, algunos tan ricos como la Xantarella o los Boletos. Otros tan mortales como la Phalloide.