sábado, 24 de octubre de 2020

Buitres por Bolonia



Tras varios días de lluvia, que saben a poco pero que nos dan un mínimo respiro ante la inminente sequía que hace temblar los cimientos de unos embalses cada vez más vacíos, sale el sol. Aunque el sol pudiese haber esperado, hay que reconocer que siempre se las arregla para arreglar el espíritu. Caen unos grados nuestras temperaturas veraniegas de octubre y octubre por fin, con el campo algo mojado, empieza a parecerse a octubre. Así que el sábado, previo al fantasma del confinamiento, sin viento en el sur de Europa y justo antes de ver cambiar la hora, nos adentramos a explorar, una vez más, algunos de los secretos de nuestra tierra prometida.

Cruzando hasta llegar a Tarifa un enjambre de aves de las gordas hacen círculos algunos centenares de metros por encima de nuestras cabezas. Son tantas que enseguida pienso en las típicas aglomeraciones de milanos negros antes de cruzar el Estrecho en sus periódicas migraciones estacionales. El coche avanza, ralentizo la marcha para desesperación de los que van detrás, porque aún me resulta inevitable no asomar la cabeza y cotillear desde mi gran ignorancia ornitológica mirando, como si supiera. Y no. No son milanos. Resulta que son buitres. Jamás, de los jamases, he visto tantos buitres juntos, y eso que aquí hay muchos, y ellos son muy coloniales, de juntarse unos pocos. Alguna veces he contado más de  cincuenta pero, ¿tantos centenares? No lo recuerdo. Tengo que parar. Llegamos tarde al comienzo de la ruta pero, hay que parar. Se para en el mirador de Cazalla, justo antes de llegar a Tarifa y un buen hombre, trabajador apasionado, como todos los que he conocido en el mundo de la ornitología, nos sale a nuestro encuentro para resolver las incontables preguntas. Así que esta reunión sin mascarillas de nuestros más grandes carroñeros se debe a que es el festival anual de adolescentes leonados a los que les llega la emancipación antes de tiempo, según nuestro criterio de Homo sapiens. De todas las partes de la geografía de nuestro país y parte del extranjero vienen los jovenzuelos expulsados de sus casas, para buscarse la vida en el sur. Algunos llevan semanas sin probar bocado y están exhaustos. Los días pasados de lluvia a ellos no les han sentado bien, aunque esta misma lluvia igual ha debilitado a alguna cabra, caballo o vaca de la zona que le cargue las pilas un poco. Pero es que son tantos!!! Como si tuvieran 13 o 14 años, insiste varias veces nuestro amigo el ornitólogo. Huesos aún débiles, y una apreciable menor envergadura. Ni siquiera hay madurez sexual. Ésta, si les llega, porque les llegue la vida, les llegará en el otro continente. Probablemente de cada cinco, con suerte, vuelva uno. La lucha por la supervivencia es lo que tiene. Ya nos lo dijo Darwin hace 150 años.  Allí los dejamos, que llegamos tarde, con sus corrientes térmicas de abajo a arriba…y de arriba abajo.


Betis, es un enclave mucho menos conocido que las dos playas que la flanquean, Bolonia y Valdevaqueros/Punta Paloma, pero no por ello goza de menos belleza. De hecho, siendo mucho mejor por estas fechas, regalándonos los primeros senderos de la temporada, nos da otra perspectiva de tan amadas y conocidas playas. Amistad, naturaleza, paisajes, afloramientos de areniscas, escaladores y un reencuentro inesperado con la joven convención de buitres que nos ameniza todo el transcurso de la marcha y pone el ojo a prueba para conseguir la mejor foto. Cómo se ha echado de menos un buen teleobjetivo.

Amada naturaleza que nos rodea: que ni te falte el agua, ni te sobren los imbéciles que te maltratan, te ignoran y no te respetan. Amada naturaleza gracias, una vez más, por tanto.