domingo, 12 de abril de 2020

Parálisis




Llegando al mes de este confinamiento, la cuarentena se nos antoja corta a estas horas y la ochentena va ganando peso. La cordura aún reivindica su espacio y nos ancla a este suelo que zozobra. Los días, que cada vez son más cortos y largos, se mimetizan cansados los unos con los otros haciendo que la orientación temporal quedase maltrecha hace ya unos cuantos soles. Y no nos quejamos, aguantamos, con ingenio, con tranquilidad, con paciencia, con amor, con mucho internet. Vamos construyendo esta embarcación que nos aísla de un mundo que nunca antes pareció tan hostil, pero a mí, a estas horas, aún me llama más la atracción del recuerdo de aquel mar y esa montaña que el miedo a este virus descontrolado. Y es que si la mortalidad del dichoso virus es aterradora, más aterrador se me antoja el miedo inoculado que empieza a paralizar a nuestra sociedad, y no me refiero a la paralización obligada y adoptada bajo la responsabilidad, sino aquella que se expresa vía redes sociales y que promete perdurar mucho más allá de la propia amenaza del virus. Como si, de algún modo, la vida no viniese con ese riesgo de serie, pareciera sobrevolar el ambiente un miedo desmesurado a la muerte que nos recluya e impida vivir.
Leo en las redes a la gente convencidas de que si de ellas dependiese alargarían el confinamiento hasta que llegue la vacuna o haya cero contagios, como si eso significase que fuese antes del 2021. Otra comentaba que estará en cuarentena hasta septiembre independientemente de lo que se diga. Todo esto en Algeciras, donde la realidad del virus no es la misma que en otros lugares mucho más castigados como la capital, por ejemplo. No estoy diciendo que sea irracional tenerle miedo al virus. El virus, al que la gran mayoría ninguneamos durante semanas entre bromas, nos ha golpeado, de norte a sur, de este a oeste, de clase baja a clase alta. El virus, le ha callado la boca a este mundo occidentalcéntrico que se cree tan por encima del resto y que, desde su arrogancia y desprecio hacia la capacidad de la sociedad china, se creyó inmune. Pero no, uno a otros hemos ido cayendo, y ya sabemos cómo va la historia. Nos sobran motivos para tener miedo, pero no más dosis de miedo que las racionales. No más dosis de miedo extra, no más muros de miedos construidos sobre el miedo. Porque con tanto miedo dejaremos de vivir, antes de que el puto virus nos mate. Bajo la sobredosis de miedo permitiremos todo enclaustramiento o recorte de libertades que tengan que llegar. Bajo la parálisis del miedo no acertaremos a entender los daños colaterales de no buscar planes B al confinamiento. No entenderemos los daños que, a medio y largo plazo, pueden golpear a la sociedad en su conjunto, con los más pequeños a la cabeza. Si no entendemos que pueden y deben ir construyéndose alternativas al confinamiento más severo conforme avance el tiempo y respetando siempre las distancias de seguridad y los equipos de protección pertinente, estaremos obviando los daños psicológicos que van a reproducirse del enclaustramiento indefinido en el tiempo. No todas las realidades sociales son las mismas, y aunque este virus no entienda de clases sociales, la cuarentena sí lo hace, y no es lo mismo estar encerrados en unas condiciones que otras. Si no se empieza a tener todas estas cosas en seria consideración y se entiende que países como Francia o Alemania están llevándolo de otro modo, estaremos condenados a recluirnos en nuestro propio miedo y a lidiar, tras este virus, con una sociedad muy castigada a nivel psicológico, y eso, a mí, sí que me da miedo.