La tercera temporada de Lost y su
“We Have to go back” nos tenían atrapados a la pantalla y monotemáticos en
las conversaciones. Por aquellos días crecíamos deprisa encontrándonos un paso
más dentro de la adultez que de los días universitarios, pero aún sin
demasiados compromisos. El primer año de convivencia estaba a punto de
concluir, tocaba mudarse y puede que, por todo un poco, decidiésemos que un
gato, a falta de hijos que ni se vislumbraban en el horizonte, era el paso
lógico. Así que, haciendo caso a nuestro espíritu frikiero, acordamos llamarlo
Sawyer. Sawyer era pequeño y hermoso, tan precioso que conquistó corazones
desde un primer momento, muy especialmente el de Elena. Llegó en plena mudanza,
así que no tuvo el mejor aterrizaje. No debe ser fácil que vengan unos
desconocidos y te separen de tu madre y tu hermana para siempre, pero en fin,
esa es la vida de los humanos y los gatos. Sawyer no tardó en acostumbrarse a
los mimos que no cesaban y a eso de ser el rey de la casa…más un zulo que una
casa, pero rey al fin y al cabo. Sawyer nos acompañaba si íbamos a Granada de
visita o si tocaba Algeciras. Los días pasaban y su pelaje blanco y negro, su
continuo ronroneo, sus juegos y sus múltiples manías fueron formando tanta
parte de nosotros como nosotros mismos.
El tiempo, como siempre hace,
decidió seguir pasando, y ante la pequeña preocupación de verlo a veces tan
solo y ante las casualidades del destino, Trotsky no tardó en aparecer. Y ya
eran dos. Trotsky con sus miedos, sus locuras y la energía incombustible de ser
cachorro hacían que Sawyer a veces perdiese los nervios…pero pronto, muy pronto,
se acostumbraron tanto el uno al otro como a ellos mismos.
Viajes, cuidados, vacunas,
Lennon, escapadas y vallas antihuídas, arañazos, horas de sueño, mimos, juegos,
liquidito, arena de perla, manías, juegos con cajas, bolas de aluminio, ataques
por sorpresa, ronroneos… y el tiempo siguió pasando. Embarazo, mudanza y Adán
vino para quitarles su reinado. En Algeciras la vida se empeñaba en ir aún más
deprisa e inevitablemente Sawyer y Trotsky pasaron a un segundo plano.
Aprendimos a compartir momentos nocturnos, a encontrarnos a deshoras, a buscarnos
las vueltas, especialmente cuando sabías que en Sawyer siempre existía ese
remanso de paz capaz de ponerle freno a la frenética actividad de ser padre
primerizo, o de tener a dos hijos pequeños…y cuando duermen, y te ibas a la
cama, allí estaba él, para pegar tu rostro sobre su abdomen, para respirar más
lento mientras el mundo iba desacelerando al tiempo que las vibraciones de sus
ronroneos comenzaban a ganar intensidad y atrevesar todo tu cuerpo. A veces he
sentido cómo llegaban directamente al corazón, y aparecía el remanso. Sawyer
era dador. Y eso era un privilegio que nos podíamos permitir, recibir tanto a
cambio de nada.
La salud nunca pareció
resentirse, salvo alguna contada excepción y nada llamativo. Eso es lo que
pensábamos hace ya algo más de un mes, pero el posible resfriado de Sawyer se
alargaba más de la cuenta y lo tenía demasiado bajo. Tocaba ir al veterinario,
pruebas, nervios, malas vibraciones y el diagnóstico no vino a despejarlas.
Sawyer parecía condenado, aunque nos dieron un clavo al que agarrarnos, y nos
agarramos, y Sawyer reaccionó como ese bicharraco que ha sido siempre. El suero
le cargó las pilas y la nueva analítica nos lanzó por las nubes durante algunos
días…aunque no demasiados. El riñón seguía sin funcionar todo lo bien que
desearíamos esperar y los días de amodorramiento, abulia y apatía volvieron a
ir ganando la partida. Todo tiene un tiempo. Todos tenemos un tiempo. El tiempo
de esos seres que llamamos animales de
compañía y decidimos que nos acompañen en nuestro viaje está destinado a ser
más corto. Pero todos tenemos nuestro tiempo. Duele despedirse, duele asumir una
nueva perspectiva en la que su presencia ya no inunde el hogar. Duele el vacío
que queda y los recuerdos a veces duelen, pero siempre reconfortan.
Las personas que ponen a los animales (los no
humanos, nosotros también lo somos) en un segundo plano desprestigiando todo
tipo de sentimiento empático o de familiaridad, o de compañerismo, o de
amistad, tal vez es porque no han experimentado lo que es vivir con ellos. O
tal vez es por vete tú a saber qué. El caso es que, nos queda el cálido y
sereno recuerdo de tanto vivido. Ahora que han pasado dos semanas, escribo
estas letras y sonrío levemente, con más calma, tal vez heredada por toda la
que él regalaba. Fue dura, muy dura, la despedida, pero también hermosa. Llena
de amor y de recuerdos. De paz y gratitud. Porque es exactamente eso lo que
sentimos al pensar en los años que hemos compartido con Sawyer, su vida. Y
reconforta, también bastante, saber que, aun con nuestros errores, hemos podido
brindarle una vida más que satisfactoria.
Sonaba Lennon en los últimos minutos que
compartimos, porque siempre decíamos entre risas, pero de un modo totalmente
sincero, que era el único que lo calmaba en aquellos viajes Málaga-Algeciras
que tan nervioso le ponían. Sonó Beautiful
Boy la cual siempre será para nosotros su canción y le despedimos mientras
lo hacía el Across the Universe,
porque de un modo u otro, algo así es lo que queremos creer que pasó, que viajó
a través del universo en un momento fugaz que duró una eternidad…
Gracias por tanto. Te queremos, te extrañamos.
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ResponderEliminar😥😥😪
ResponderEliminarDEP Sawyer...
Qué difícil es la despedida, estos compañeros de piso, de vida, nos dan tanto por tan poco, se vuelven tan parte de nosotros que nos parece que siempre van a estar ahí...
Pero no, su ciclo es injustamente corto, quizás para enseñarnos a apreciar aún más su compañía...
Muy bonito el relato, José, yo lo he leído extrapolando con las mías y no he podido evitar emocionarme.
Hasta siempre Sawyer y Pelusa, preciosa pareja allá donde estén.