lunes, 7 de septiembre de 2015

Concienciación vs Cinismo



Poco más duro se puede ver que un niño que yace sin vida sobre la arena de una playa. Parece que ha sido la lección de esta semana para este mundo occidental que tanto se esfuerza en cubrirse de cera y que todo le resbale, pero hay cosas que claman el cielo. No, por ahí no paso, tengo que mirar. Ahora sí. No por nada, sino porque sin saber muy bien por qué esta imagen se ha  apoderado de los extraños mecanismos que rigen mis sentimientos y me dirigen sin que yo pueda hacer nada por evitarlo. Es un pellizco en el corazón que me hace llorar. No hay otra forma de describirlo. Necesito mirar para otro lado, pero, quizás, todavía no puedo. Es demasiado duro como para ignorarlo. De alguna manera tengo que llorar su muerte, si no puede que directamente deje de ser un ser humano.
Algo así habrán experimentado las conciencias de muchos hombres y mujeres occidentales. Y esto, no es malo, es más bien bueno, pues demuestra que existe empatía. Una empatía que pensábamos aniquilada y que, sin embargo, pudiera ser que solo estaba absolutamente narcotizada. El problema es que nadie nos puede prometer que mañana vuelva la narcotización a nuestras conciencias. Por tanto, las cosas deben de tomar la importancia que tienen en su justa medida. Me explico. Una imagen de un niño muerto con toda la infinita crudeza que conlleva, golpea ensordecedoramente a toda una sociedad. La onda expansiva de dicho golpe acarrea una serie de buenos propósitos que comienzan a transformarse en líneas de proyectos solidarias por tal o cual ciudad. Locutores archifamosos de radio empiezan a preguntarse si la muerte de este niño no será un antes y un después, por lo cual pudiera ser que el niño sea un héroe. Ok. Parad, parad, parad. Quietos un momento. Porque en este caso la línea que separa la solidaridad, la empatía y la concienciación con el sensacionalismo, el postureo y lo cínica hipocresía es tremendamente delgada y difusa por lo cual, hay que andarse con cuidado. Queramos o no queramos es muy hipócrita que la sociedad se consterne a estos niveles cuando la realidad es que, por desgracia, imágenes como la del niño sirio acontecen fuera de nuestras retinas a cada hora, a cada minuto de cada día. De cada semana. Todos los años. Y todas las demás veces queremos creer que no existen. ¿Por qué ahora no? Pues porque el ser humano funciona de ese modo y, muy especialmente, en esta sociedad mercantilista del pellizco emocional. Cada vez que muere un niño dentro de nuestras fronteras o dentro de las fronteras de países amigos(especialmente EEUU) bajo circunstancias dramáticas todos lloramos y nos sentimos destrozados porque nos presentan las fotos de aquel pequeño con su guante de béisbol y jugando en el columpio con su hermana. Nos cuentan los cereales que comía y cuál eran sus dibujitos favoritos para que, acto seguido, relaten los agonizantes últimos días que tuvo tras el rapto de aquel desquiciado psicópata y todos lloramos. Normal. Seríamos muy asquerosamente asquerosos si no lo hiciéramos. La cosa es que pareciera que olvidamos que el hecho de que tanto nos duela esa historia se debe al hecho de que nos la han vendido, la han introducido, lo han hecho de nuestra familia. Hemos empatizado. Por lo cual es terriblemente hipócrita y desolador que todo el dolor que recorre el mundo nos tenga indiferente todo el tiempo.Ok. No nos fustiguemos por ello, o al menos, no demasiado, si empatizáramos con todo el dolor que hay en el mundo no duraríamos un día sin volarnos la tapa de los sesos. Pero yo, que últimamente soy muy del punto medio, creo que debe de existir un equilibrio. Debemos, para no enfermar, saber gestionar el dolor que existe en el mundo, pero ignorarlo... Ignorarlo no puede ser la solución. Ahora aparece esta imagen y consigue que nos sintamos como cuando aquel niño americano, y esto nos descoloca, porque no solemos sentirnos así con “esta gente”. Pero es que esto, esto es demasiado. Entonces, comienza toda la parafernalia. Medios, locutores, frases, clichés, solemnidad. Hipocresía. Delgada línea con la que andar con sumo cuidado. Celebro enormemente que la viralización de esta imagen tan desoladora sirva para remover conciencia, pero estoy obligado a poner en cuarentena cualquier esperanza. Cuestión de aprendizaje.

Este artículo quedó en stop el viernes pasado y ahora lo retomo. Curiosamente, solo con el fin de semana de por medio, hace que el asunto vaya adquiriendo otras perspectivas. De momento, parece cierto que hay un propósito por parte de las distintos países de tomarse el asunto en serio, aunque ya comenzamos a ver cómo unos escurren el bulto, hablan de la imposibilidad de acoger a tantos, etc.etc. Personalmente, se me antoja tremendamente factible poder dar cabida a tantísimos refugiados. No me asusta el efecto llamada, porque tengo bastante claro que no hay peor efecto llamada que este mundo donde la desigualdad creciente no parece tener pensado detenerse. No me asusta porque estoy convencido de que la solidaridad es la ternura de los pueblos y una oportunidad para demostrarnos que algo de esto aún queda en nosotros…Sin embargo, los creadores de opinión van ya regalando sus consignas para hacer que el ciudadano medio, tan acostumbrado a rebuznar lo que le ponen por delante, comience a inquietarse sensiblemente ante la posibilidad de tener a unos sirios de vecinos….eso sí, mañana volverá a ponerse muy digno cuando otra vez la desgracia, convertida en valla publicitaria, sea presentada en el salón de su casa. A la hora de comer

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