Poco más duro se puede ver que un niño que yace sin vida
sobre la arena de una playa. Parece que ha sido la lección de esta semana para
este mundo occidental que tanto se esfuerza en cubrirse de cera y que todo le
resbale, pero hay cosas que claman el cielo. No, por ahí no paso, tengo que
mirar. Ahora sí. No por nada, sino porque sin saber muy bien por qué esta
imagen se ha apoderado de los extraños
mecanismos que rigen mis sentimientos y me dirigen sin que yo pueda hacer nada
por evitarlo. Es un pellizco en el corazón que me hace llorar. No hay otra
forma de describirlo. Necesito mirar para otro lado, pero, quizás, todavía no
puedo. Es demasiado duro como para ignorarlo. De alguna manera tengo que llorar
su muerte, si no puede que directamente deje de ser un ser humano.
Algo así habrán experimentado las conciencias de muchos
hombres y mujeres occidentales. Y esto, no es malo, es más bien bueno, pues
demuestra que existe empatía. Una empatía que pensábamos aniquilada y que, sin
embargo, pudiera ser que solo estaba absolutamente narcotizada. El problema es
que nadie nos puede prometer que mañana vuelva la narcotización a nuestras
conciencias. Por tanto, las cosas deben de tomar la importancia que tienen en
su justa medida. Me explico. Una imagen de un niño muerto con toda la infinita
crudeza que conlleva, golpea ensordecedoramente a toda una sociedad. La onda
expansiva de dicho golpe acarrea una serie de buenos propósitos que comienzan a
transformarse en líneas de proyectos solidarias por tal o cual ciudad. Locutores
archifamosos de radio empiezan a preguntarse si la muerte de este niño no será
un antes y un después, por lo cual pudiera ser que el niño sea un héroe. Ok.
Parad, parad, parad. Quietos un momento. Porque en este caso la línea que
separa la solidaridad, la empatía y la concienciación con el sensacionalismo,
el postureo y lo cínica hipocresía es tremendamente delgada y difusa por lo
cual, hay que andarse con cuidado. Queramos o no queramos es muy hipócrita que
la sociedad se consterne a estos niveles cuando la realidad es que, por
desgracia, imágenes como la del niño sirio acontecen fuera de nuestras retinas
a cada hora, a cada minuto de cada día. De cada semana. Todos los años. Y todas
las demás veces queremos creer que no existen. ¿Por qué ahora no? Pues porque
el ser humano funciona de ese modo y, muy especialmente, en esta sociedad
mercantilista del pellizco emocional. Cada vez que muere un niño dentro de
nuestras fronteras o dentro de las fronteras de países amigos(especialmente
EEUU) bajo circunstancias dramáticas todos lloramos y nos sentimos destrozados
porque nos presentan las fotos de aquel pequeño con su guante de béisbol y
jugando en el columpio con su hermana. Nos cuentan los cereales que comía y
cuál eran sus dibujitos favoritos para que, acto seguido, relaten los
agonizantes últimos días que tuvo tras el rapto de aquel desquiciado psicópata
y todos lloramos. Normal. Seríamos muy asquerosamente asquerosos si no lo
hiciéramos. La cosa es que pareciera que olvidamos que el hecho de que tanto nos
duela esa historia se debe al hecho de que nos la han vendido, la han
introducido, lo han hecho de nuestra familia. Hemos empatizado. Por lo cual es
terriblemente hipócrita y desolador que todo el dolor que recorre el mundo nos
tenga indiferente todo el tiempo.Ok. No nos fustiguemos por ello, o al menos,
no demasiado, si empatizáramos con todo el dolor que hay en el mundo no
duraríamos un día sin volarnos la tapa de los sesos. Pero yo, que últimamente
soy muy del punto medio, creo que debe de existir un equilibrio. Debemos, para
no enfermar, saber gestionar el dolor que existe en el mundo, pero ignorarlo...
Ignorarlo no puede ser la solución. Ahora aparece esta imagen y consigue que
nos sintamos como cuando aquel niño americano, y esto nos descoloca, porque no
solemos sentirnos así con “esta gente”. Pero es que esto, esto es demasiado.
Entonces, comienza toda la parafernalia. Medios, locutores, frases, clichés,
solemnidad. Hipocresía. Delgada línea con la que andar con sumo cuidado.
Celebro enormemente que la viralización de esta imagen tan desoladora sirva
para remover conciencia, pero estoy obligado a poner en cuarentena cualquier
esperanza. Cuestión de aprendizaje.
Este artículo quedó en stop el viernes pasado y ahora lo
retomo. Curiosamente, solo con el fin de semana de por medio, hace que el
asunto vaya adquiriendo otras perspectivas. De momento, parece cierto que hay
un propósito por parte de las distintos países de tomarse el asunto en serio,
aunque ya comenzamos a ver cómo unos escurren el bulto, hablan de la
imposibilidad de acoger a tantos, etc.etc. Personalmente, se me antoja
tremendamente factible poder dar cabida a tantísimos refugiados. No me asusta
el efecto llamada, porque tengo bastante claro que no hay peor efecto llamada
que este mundo donde la desigualdad creciente no parece tener pensado
detenerse. No me asusta porque estoy convencido de que la solidaridad es la
ternura de los pueblos y una oportunidad para demostrarnos que algo de esto aún
queda en nosotros…Sin embargo, los creadores de opinión van ya regalando sus
consignas para hacer que el ciudadano medio, tan acostumbrado a rebuznar lo que
le ponen por delante, comience a inquietarse sensiblemente ante la posibilidad
de tener a unos sirios de vecinos….eso sí, mañana volverá a ponerse muy digno
cuando otra vez la desgracia, convertida en valla publicitaria, sea presentada
en el salón de su casa. A la hora de comer
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