Dicen que es posible que al
prestigioso botánico Willdenowque, que a mí me suena a Will de no sé qué, le
llegara un ejemplar de maravilloso Quejigo Andaluz con la etiqueta cambiada y
pensó que era de Canarias, por eso su nomenclatura científica: Quercus canariensis. Poco sé de la vida
de este alemán el cual probablemente conoció hace dos siglos mucho más mundo
del que pueda llegar a conocer yo. Sin embargo, me pregunto, si el que bautizó
con un nombre erróneo a mi árbol favorito llegó a caminar alguna vez entre un
bosque de ellos, sintiéndose embaucado por la exuberancia de su porte, los
misterios de sus sombras, la belleza de sus ramas en candelabro, la postal de
cuento de hadas que regalan. Seguramente el bueno de Will no je qué se tuvo con
conformar con ponerle nombre mientras lo estudiaba a algunos miles de kilómetros
de distancia de su lugar original en algún jardín del que no sabemos si algún
día acabaron formando parte de forma ornamental.
El quejigo andaluz es, como ya he
dicho, al menos para mí, un árbol vigoroso y mágico, empeñado en llenar de
enigmas el camino del caminante. Y es que por nuestra tierra es común
encontrarse con ellos, siempre que el recodo de un sendero te lleve a partes
más húmedas. Suelos lavados de cal, profundos y frescos. Zonas umbrías, de
altas precipitaciones, menores solanas y escasas heladas. Por eso, tal vez,
encuentra en este rincón del mundo el mejor lugar donde echar raíces. Si bien
también, como se acostumbra, según permiten al reino vegetal (y también al
animal según eso que nos contaba
Darwin)
prevalecer más o menos según las características del entorno y la adaptación
que hacemos a él, podemos encontrarlos en lugares de características climáticas
similares. Zonas no muy lejanas de por aquí, como al norte de Marruecos, como al
oeste de Málaga, al norte de Sevilla o por la Sierra de Aracena. Pero es aquí
en este parque conocido con el nombre de sus primos, donde los protagonistas de
la zona desaparecen a veces, o se hacen secundarios, para regalarle más
diversidad a sus bosques. Por eso, reivindico hoy desde aquí y sabiendo que no
llegará a ningún lado, pasar a conocer nuestro Parque Natural de Los
Alcornocales, como Parque Natural de Los Alcornocales y el Quejigo Andaluz.
Porque es más andaluz que canario y no será un alemán de hace dos siglos el que
lo discuta. Ya puestos a reivindicar en un exceso de nacionalismo podríamos
llamarlo el Quejigo de Cai, pisha. O shosho, ya según cual sea la flor
dominante.
De un modo u otro, y bromas
aparte, valga esta entrada para invitar al lector a adentrarse en algún canuto
de los de la Sierra del Aljibe, Niño, Luna, Ojén o tantas otras de nuestra zona
en las que siempre, de forma silente y secreta, esperan pacientes los más
bellos ejemplares para inundarnos de calma, imaginación y belleza. Porque son
estos árboles en estas condiciones de humedad verdaderos ecosistemas que
regalan en sí mismo un sinfín de vistas de un solo vistazo y así los vemos en
estos días de tantas aguas repletos de musgos, con la enredadera(
Hedera helix)rodeando sus troncos y
ramas, a veces incluso estrangulándolos hasta casi la muerte; el helecho
Davalia, el Ombligo de Venus, o los Polipodios. A veces presentando alguna gran
oquedad que invita a pensar qué tipo de animal pudiera esconderse por ahí.
Telarañas entre los ángulos de sus ramas en candelabro y muchas setas
escondidas bajo sus hojas caducas que tiñen a colores anaranjados y favorecen
un manto orgánico de alta humedad de condiciones idílicas para que los micelios
de infinitos hongos arraiguen y proliferen, algunos tan ricos como la
Xantarella o los Boletos. Otros tan mortales como la Phalloide.
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