lunes, 18 de febrero de 2013

Un viaje que cambiaría el mundo



El joven Darwin siempre fue amante de lo natural. Dicen de él que tenía ciertas costumbres como quedarse largas horas observando sencillamente la forma de enrollarse de una enredadera, aunque puede que me equivoque y ésta fuese una de las aficiones del viejo Darwin. El caso es que sir Charles, antes de ser Sir, estudió en Cambridge y poco después un inesperado giro en los acontecimientos debido a una estupenda relación con su profesor, Henslow; y a la aparición de otro joven, arrogante y capitán de un barco, iba a cambiar radicalmente su vida y con ello la vida tal y como era conocida hasta entonces.

El joven Darwin era creyente y su padre, hombre influyente y adinerado, tenía en mente para él una carrera en el seno de la iglesia,por eso cuando Darwin fue a pedirle permiso para embarcarse, ya a los 26 años, todo lo que encontró fue una tajante negativa de su progenitor. Afortunadamente para el naturalista, y el resto de la humanidad, su tío y fundador de una de las marcas más célebres de porcelana en Inglaterra(Wedgwood), era más influyente que el propio padre y accedió para convencer a éste de que le diera su bendición, nunca mejor dicho, para partir. Y así fue, el día 27 de diciembre de 1831, desde la bahía de Plymouth, zarpaba el Beagle comandado por el capitán FitzRoy y cuyo primer naturalista era un joven llamado Charles Robert Darwin.

El capitán del barco era un tipo joven y de rudo temperamento, tendente a las vacilaciones anímicas hasta el día que decidió cortarse el cuello con una navaja, pero eso, sería mucho después. Si el objetivo principal del Beagle era topografiar buena parte de la zona sur de Sudamérica, el capitán tenía otro objetivo personal y nada modesto en mente: reunir las evidencias suficientes para demostrar el origen del Génesis...paradójicamente, broma simiesca del destino, acabó ocurriendo más bien todo lo contrario. Pero dejemos a un lado de momento al capitán, al fin y al cabo no es el protagonista de esta entrada.


Nuestro protagonista lo pasó realmente mal desde el primer minuto que el barco zarpara. En alta mar el barco era un tormento para Darwin. Tenía que permanecer recluido casi todo el tiempo en su camarote. Por suerte, le acompañaban dos maravillosos volúmenes sobre Geología del gran geólogo de la época ( y de las épocas futuras) Charles Lyell. Al señor Lyell, y a que su libro formara parte de la pequeña colección que el naturalista llevara a bordo del Beagle, debemos buena parte también de la teoría de la evolución por selección natural.
En seguida la expedición llegó a Bahía en Brasil, Río de Janeiro, poco después a Montevideo y después a la Tierra de Fuego, donde la expedición tenía una curiosa, extravagante y errática misión. Éste era el segundo viaje del Beagle, en el primero habían “reclutado” a tres fueguinos(habitantes de la Tierra de Fuego) con el mesiánico propósito de (y otra vez abro comillas) “civilizarlos”. Así que, desde que fueron secuestrados hasta que el barco volvió al mismo punto habían pasado varios años y los fueguinos resultaban ser caricaturas de ellos mismos. Cuando fueron soltados con el cura del barco y algún que otro miembro de la tripulación, la estupenda idea de la expedición era conseguir que entre unos y otros consiguieran hacer del resto de los fueguinos seres educados y civilizados, además de, por supuesto, buenos cristianos practicantes. Pero cuando tras un año volvieron al lugar para ver qué había ocurrido, nada de lo que encontraron estaba 
relacionado con lo que sus buenas intenciones habían
 presupuesto y sí con lo que vuestra imaginación está presuponiendo.

Un viaje que durara 5 años, por lento que fueran los barcos de la época y larga que fuera la distancia recorrida, pasaba más tiempo atracado que navegando, tiempo durante el cual Darwin aprovechaba para hacer sus incursiones y recabar la información propia que debiera recabar un naturalista del siglo XIX. Siendo así, a cada pequeña expedición en Tierra de sir Charles, su mente se maravillaba al tiempo que se ampliaba haciendo que, poco a poco, la forma de la teoría de la evolución por selección natural fuese cogiendo forma. A menudo, se simplifica diciendo que la visualización de dicha teoría llegó en las Galápagos, cual Arquímedes con su Eureka y su bañera; y sin duda en gran parte esto debió de ser así, pero el proceso de cambio en su forma de pensamiento iba tomando lugar etapa tras etapa, a cada contacto con la amplísima diversidad que supone la vida, así como las curiosas formas que adquieren la mayoría de los organismos vivos para adaptarse a los distintos ambientes que les rodean. Día tras día, descubrimiento tras descubrimiento, el joven Darwin iba cultivando más dudas sobre sus pocas creencias y los, hasta entonces incuestionables, orígenes de la vida.
El tiempo pasaba y casi cuatro años después el Beagle llegaba a las Galápagos, permaneciendo por las islas poco más de un mes, pero fue tiempo de sobra para que la magia de la inspiración inundara a Darwin y la idea se esclareciera. La culpa fue principalmente de los pinzones, unos pájaros pequeñitos que por las islas deambulaban, aunque realmente fue a posteriori que se centrase en ellos. En su diario no existen abundantes menciones a los pinzones, sin embargo, 20 años después cuando publicase el Origen de las especies, sí haría continuas referencias a estos y sus picos como forma de adaptación. En cualquier caso, el tiempo que pasara en las Islas Galápagos fue suficiente para ver con la mayor nitidez posible que la idea de la inmutabilidad de las especies propuesta por la Biblia tenía que estar errada. Si se investigase un poco pronto todas las teorías en esta línea establecidas por el dogma cristiano, serían puestas en entredicho. Vislumbrar esto trajo consigo nuevas y más acaloradas discusiones con el capitán, que a diferencia de Darwin más se aferraba a la inflexibilidad de las teorías eclesiásticas. Sea como fuere, el germen de la Teoría de la evolución por selección natural ya había nacido, ya estaba en marcha, y nada ni nadie podría detenerlo.
Tras el regreso del Beagle Charles Darwin se dedicaría a estudiar minuciosamente todo el material que había ido compilando y enviándose a Inglaterra durante la expedición. Otro hecho crucial para forjar la idea fue el descubrimiento del libro “Ensayo sobre el principio de la población” de Malthus. A pesar de sus miedos, de su paciencia y de su falta de determinación, en 1859, veinte años después del regreso del Beagle Darwin publicaría aquel libro cuya publicación fue más parecida a un terremoto que a otra cosa, haciendo tambalear todos los cimientos de las creencias hasta entonces tan fuertemente asentadas.


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