El joven Darwin siempre fue amante de
lo natural. Dicen de él que tenía ciertas costumbres como quedarse
largas horas observando sencillamente la forma de enrollarse de una
enredadera, aunque puede que me equivoque y ésta fuese una de las
aficiones del viejo Darwin. El caso es que sir Charles, antes de ser
Sir, estudió en Cambridge y poco después un inesperado giro en los
acontecimientos debido a una estupenda relación con su profesor,
Henslow; y a la aparición de otro joven, arrogante y capitán de un
barco, iba a cambiar radicalmente su vida y con ello la vida tal y
como era conocida hasta entonces.
El joven Darwin era creyente y su
padre, hombre influyente y adinerado, tenía en mente para él una
carrera en el seno de la iglesia,por eso cuando Darwin fue a pedirle
permiso para embarcarse, ya a los 26 años, todo lo que encontró fue
una tajante negativa de su progenitor. Afortunadamente para el
naturalista, y el resto de la humanidad, su tío y fundador de una
de las marcas más célebres de porcelana en Inglaterra(Wedgwood),
era más influyente que el propio padre y accedió para convencer a
éste de que le diera su bendición, nunca mejor dicho, para partir.
Y así fue, el día 27 de diciembre de 1831, desde la bahía de
Plymouth, zarpaba el Beagle comandado por el capitán FitzRoy y cuyo
primer naturalista era un joven llamado Charles Robert Darwin.
El capitán del barco era un tipo joven
y de rudo temperamento, tendente a las vacilaciones anímicas hasta
el día que decidió cortarse el cuello con una navaja, pero eso,
sería mucho después. Si el objetivo principal del Beagle era
topografiar buena parte de la zona sur de Sudamérica, el capitán
tenía otro objetivo personal y nada modesto en mente: reunir las
evidencias suficientes para demostrar el origen del
Génesis...paradójicamente, broma simiesca del destino, acabó
ocurriendo más bien todo lo contrario. Pero dejemos a un lado de
momento al capitán, al fin y al cabo no es el protagonista de esta
entrada.
Nuestro protagonista lo pasó realmente
mal desde el primer minuto que el barco zarpara. En alta mar el barco
era un tormento para Darwin. Tenía que permanecer recluido casi todo
el tiempo en su camarote. Por suerte, le acompañaban dos
maravillosos volúmenes sobre Geología del gran geólogo de la época
( y de las épocas futuras) Charles Lyell. Al señor Lyell, y a que
su libro formara parte de la pequeña colección que el naturalista
llevara a bordo del Beagle, debemos buena parte también de la
teoría de la evolución por selección natural.
En seguida la expedición llegó a
Bahía en Brasil, Río de Janeiro, poco después a Montevideo y
después a la Tierra de Fuego, donde la expedición tenía una
curiosa, extravagante y errática misión. Éste era el segundo viaje
del Beagle, en el primero habían “reclutado” a tres
fueguinos(habitantes de la Tierra de Fuego) con el mesiánico
propósito de (y otra vez abro comillas) “civilizarlos”. Así
que, desde que fueron secuestrados hasta que el barco volvió al
mismo punto habían pasado varios años y los fueguinos resultaban
ser caricaturas de ellos mismos. Cuando fueron soltados con el cura
del barco y algún que otro miembro de la tripulación, la estupenda
idea de la expedición era conseguir que entre unos y otros
consiguieran hacer del resto de los fueguinos seres educados y
civilizados, además de, por supuesto, buenos cristianos
practicantes. Pero cuando tras un año volvieron al lugar para ver
qué había ocurrido, nada de lo que encontraron estaba
relacionado
con lo que sus buenas intenciones habían
presupuesto y sí con lo
que vuestra imaginación está presuponiendo.
Un viaje que durara 5 años, por lento
que fueran los barcos de la época y larga que fuera la distancia
recorrida, pasaba más tiempo atracado que navegando, tiempo durante
el cual Darwin aprovechaba para hacer sus incursiones y recabar la
información propia que debiera recabar un naturalista del siglo XIX.
Siendo así, a cada pequeña expedición en Tierra de sir Charles, su
mente se maravillaba al tiempo que se ampliaba haciendo que, poco a
poco, la forma de la teoría de la evolución por selección natural
fuese cogiendo forma. A menudo, se simplifica diciendo que la
visualización de dicha teoría llegó en las Galápagos, cual
Arquímedes con su Eureka y su bañera; y sin duda en gran parte esto
debió de ser así, pero el proceso de cambio en su forma de
pensamiento iba tomando lugar etapa tras etapa, a cada contacto con
la amplísima diversidad que supone la vida, así como las curiosas
formas que adquieren la mayoría de los organismos vivos para
adaptarse a los distintos ambientes que les rodean. Día tras día,
descubrimiento tras descubrimiento, el joven Darwin iba cultivando
más dudas sobre sus pocas creencias y los, hasta entonces
incuestionables, orígenes de la vida.
El tiempo pasaba y casi cuatro años después
el Beagle llegaba a las Galápagos, permaneciendo por las islas poco
más de un mes, pero fue tiempo de sobra para que la magia de la
inspiración inundara a Darwin y la idea se esclareciera. La culpa
fue principalmente de los pinzones, unos pájaros pequeñitos que por
las islas deambulaban, aunque realmente fue a posteriori que se
centrase en ellos. En su diario no existen abundantes
menciones a los pinzones, sin embargo, 20 años después cuando
publicase el Origen de las especies, sí haría continuas
referencias a estos y sus picos como forma de adaptación. En
cualquier caso, el tiempo que pasara en las Islas Galápagos fue
suficiente para ver con la mayor nitidez posible que la idea de la inmutabilidad
de las especies propuesta por la Biblia tenía que estar errada. Si
se investigase un poco pronto todas las teorías en
esta línea establecidas por el dogma cristiano, serían puestas en
entredicho. Vislumbrar esto trajo consigo nuevas y más acaloradas
discusiones con el capitán, que a diferencia de Darwin más se
aferraba a la inflexibilidad de las teorías eclesiásticas. Sea como fuere, el germen de la Teoría de la evolución
por selección natural ya había nacido, ya estaba en marcha, y nada
ni nadie podría detenerlo.
Tras el regreso del Beagle Charles
Darwin se dedicaría a estudiar minuciosamente todo el material que
había ido compilando y enviándose a Inglaterra durante la
expedición. Otro hecho crucial para forjar la idea fue el
descubrimiento del libro “Ensayo sobre el principio de la
población” de Malthus. A pesar de sus miedos, de su paciencia y de
su falta de determinación, en 1859, veinte años después del
regreso del Beagle Darwin publicaría aquel libro cuya publicación
fue más parecida a un terremoto que a otra cosa, haciendo tambalear todos los
cimientos de las creencias hasta entonces tan fuertemente asentadas.
m,uerte y evolución
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