Es realmente interesante lo que está ocurriendo en la cumbre del clima en Copenhague. Y antes de que me tachen de ingenuo, aclararé que no me refiero a lo que no sucede dentro, sino todo aquello que se va cociendo fuera. En la calle, a varios grados centígrados por debajo de cero. Los activistas, así los llaman en la prensa (en el mejor de los casos), empiezan a hacer ruido consiguiendo ganar más tiempo en los espacios de noticias una cumbre que por sí sola pasaría al más absoluto olvido hasta que los vistosos trajes de nuestros dirigentes se cubriesen de escarcha antes de entrar en los grandes, pero no lo suficiente, palacios de congreso desde donde soltar su morralla política de discurso barato, maniatado por las grandes empresas y tan capitalista, derrochador y globalizado como siempre.
No nos vale. Evidentemente no nos vale toda la hipocresía imperante en la cumbre. Toda la hipocresía de la mano de quienes precisamente nos han llevado hasta aquí. No hace tanto ruido la cumbre y en ella han de establecerse los cambios, que han de ser radicales, para que los efectos del actual cambio climático no sean tan sumamente demoledores, porque efectos y grandes tendrá. Pero hay gente.
Hay gente dispuesta a invertir tiempo, energía y dinero para que se nos haga escuchar. Esta gente, o muchos de ellos, llevan tiempo movilizándose por otras alternativas, y no precisamente las que conciernen al clima. Mucha de esta gente ha estado detrás de los movimientos antiglobalización de Seattle, Génova o Barcelona que a finales de los 90 y principios de esta década nos hacían ver que otro mundo es posible. Después se silenciaron sus voces, es fácil hacerlo si toda esta gente ,la grandísima mayoría pacífica, pierde a uno de los suyos ante la brutal represión policial de manos de aquéllos que les tienen mucho miedo como para dejarles abrir la boca. No podemos olvidar la víctima mortal de la manifestación de Génova, o tantas otras víctimas sometidas bajo el duro acero de las armas de los antidisturbios. De un modo u otro, la cosa parecía calmada en ese aspecto. Llega la crisis mundial y con ella renacen esperanzas en los que de siempre creemos que otro mundo es posible. Y con ellas nos ponemos a soñar que este sistema terroríficamente injusto y capitalista ha caído por su propio peso y que el cambio vendrá. De nuevo pecamos de ingenuo y ante nuestra pasividad pasan por delante más y más injusticias sin que el soñado fantasma del cambio aparezca a lo lejos. No. Nunca aparecerá sin acción. Nunca cambiará nada sin acción. Así que ahora resuenan de nuevo los tambores de guerra y es que es la misma lucha, la que encierra la batalla del clima y el cambio de sistema, porque ningún cambio real ante la perspectiva del cambio climático será real sin un cambio profundo de las bases económicas, políticos y sociales. El problema es que ellos lo saben y actúan como más les gusta, de modo preventivo. Previenen que las voces se alcen y peor aún, se expandan. Es fácil de hacerlo unas cuántas ostias a tiempo echan para atrás a casi cualquiera. Si alguien no me cree que se informe sobre la represión policial que se ejercita en estos días en los entornos de la cumbre en Copenhague. Y lo que vemos, no es más que la punta del Iceberg (nunca mejor dicho).
La cosa está jodida, no hay político suficientemente honrado y a la vez poderoso en este planeta como para tomar medidas reales para suavizar los efectos del cambio climático. Todos los hilos de nuestros políticos están movidos por los verdaderos amos de este mundo, los hombres detrás de la cortina. Y estos señores no se pueden permitir el lujo de cometer el error que sería escuchar a los muertos de hambre que hablan de justicia e igualdad, energías alternativas o menos consumo. Saben de sobra que si todo eso se llevase a cabo quizás su dominio se vería seriamente afectado. Vale, no hay nada que recriminarles, es su mundo lo que está en juego y no podemos volver a ser ingenuos y esperar que cedan sin más. Ellos son el enemigo y punto. No hay más punto de vista. Son el enemigo y hay que derrotarlo. A su favor todo el poder mundial. A nuestro favor la mayoría. El problema es que se encargaron de adormecernos con pan y circo (leáse fútbol y programas basura). Y lo consiguieron. A nuestro favor: estamos dormidos, no muertos.
Conforme vayan pasando los años y los pronósticos agoreros de aquéllos que fueron tachados de catastrofistas, no sólo se cumplan, sino que se superen, veremos más crispación y movimiento social. La revolución vendrá. Tiene que venir, no hay más alternativa. El dilema es ver cuándo llega, y lo que nos interesa a todos, incluso muy posiblemente a nuestros enemigos, es que sea lo antes posible. De lo contrario, será tarde.
Este discurso puede ser acusado con el dedo de demagógico y catastrofista. Lo sé. Pero es mi apuesta y creo tener mis fundamentos. Evidentemente hay tanto que no sé, pero tengo opinión, más o menos propia, y por ello la expreso. Se me podría acusar de hablar mucho y actuar poco, y en ese punto no tengo más remedio que admitir la crítica, pero nada es para siempre. Y el hecho de que no actué físicamente no quita que no pueda hacerlo mentalmente y si escribo, alguien lo lee y le da que pensar, quizás podamos ser dos más en la próxima cumbre.
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