domingo, 19 de diciembre de 2021

I wish You Get Back

 


 Medio siglo después la Beatlemanía permanece a modo de culto freaky en una horda de gafapásticos melómanos melancólicos de un pasado que se fue o que ni siquiera llegaron a vivir.  Y algunos en una mitomanía de la que se quieren desligar se comportan como los peores mitómanos cuando un evento cualquiera les da la ocasión. En este caso, el aclamado director, conocido por su capacidad de síntesis en obras como el Señor de los Anillos, vuelve a dar muestras de la misma con las 8 horas en las que ha dejado el último documental The Beatles: Get Back que desde hace casi un mes se puede ver en la plataforma de Disney Plus. Casi me ruboriza reconocer que me suscribía a la plataforma casi solo por ver el documental, pero es lo que hay. También es cierto que es una gran plataforma si tienes niños y lo flipas con las pelis de Pixar. Pero para no irnos por las ramas, Los Beatles a finales de los 60 se desmembraban poniendo fin a una década en las que alcanzaron todas las cimas habidas y por haber. El desmembramiento se sabía sangriento y traumático como toca y como se teorizó a tenor de todas las declaraciones e ideas que surgían por ahí. El clásico “la culpa de todo la tiene Yoko Ono” como la verdadera quinta Beatle que no se separa de su amado ni con aceite. Y en esas cosas y muchas más ahonda esta maravillosa serie documental con la que Jackson nos ha hecho viajar con el cuarteto más famoso de la historia.

Lo cierto es que entre otras muchas cosas el documental sirve para desmitificar, en cierto modo, el clima irrespirable que supuestamente existía en aquellas semanas de las que, no en vano,  Lennon dijo alguna vez que fueron “seis semanas infernales”. La idea del proyecto era pretenciosa, McCartney a falta de manager tras la muerte de Epstein y con la necesidad de retomar el liderazgo de una banda del que su auténtico líder parecía pasar, le llevaron a abrazar la ambiciosa idea de grabar un disco en directo, pero con todo el proceso completo, es decir, todo el proceso creativo, desde diferentes tomas a tiempo real, para acabar culminando con un majestuoso concierto digamos, por ejemplo, en el Coliseo de Roma. De ese modo, los Beatles, a final de su carrera, se metieron en su propio Gran Hermano, pero claro, teniendo en cuenta que el buen rollo no era el mejor hasta la fecha, la tensión en los estudios fríos de Twickenham se masca en los primeros compases. La presión de componer y los egos enfrentados de los Lennon, McCartney y Harrison de finales de los 60s hacían un cóctel difícil de manejar. Esa extraña tensión creciente con Yoko como sombra de un Lennon que siempre llega tarde, de un Harrison enfurruñado por no sentirse tratado a la altura que se merece, de un McCartney con necesidad de controlarlo todo y un Starr escudero, humilde y trabajador, acaban con el abandono de Harrison. Una auténtica dimisión, un “dejo los Beatles”. Y sí, en ese sentido el clima no era el mejor pero hasta ese momento el documental nos regala algunas escenas en las que el buen rollo impera cuando la magia surge y esta tiende a surgir cuando Lennon está de buenas porque él es pura magia así. Brutal resulta también ver a McCartney sacando Get Back a partir de una improvisación al bajo o Harrison contándoles a  Ringo y Paul cómo lo que ocurrió el día anterior en su casa le sirvió para componer  I me Mine.

Pero tras eso toca recomponer, porque los Beatles se ahogan y no hay posibilidad de vuelta si no es con la de George. Así que tras algún intento frustrado finalmente consiguen convencer al más yogui de los Beatles y vuelven ahora por fin a los estudios de Abbey Road donde a partir de ese momento todo cambia para bien. Empiezan a fluir los temas y el atasco que no terminan de vencer llega con la aparición de uno de los dos más conocidos “quintos Beatles”, Billie Preston, que al sentarse a su piano eléctrico todo cobra otro sentido. Las canciones comienzan a encontrar por fin el punto que les faltaba como le ocurre, sobre todo, a Dont Let Me Down. Son días de buen rollo que el documental transmite a la perfección, días de muy duro trabajo y quebraderos de cabeza también, pero en el que se ve al grupo más influyente de la historia trazar sus últimos días. Al mismo tiempo se presentan muchas canciones del Abbey Road que, aunque se publicara antes, se grabaría después. Es por esto que ambos discos salen rejuvenecidos tras el visionado del documental, especialmente Let It Be del que siempre se ha tratado como uno de los mayores patitos feos del grupo. Sin embargo, el ser compuesto y grabado en directo, bien en el estudio o bien en el emblemático concierto de la terraza, hace que uno se reconcilie con él y se encuentre obligado a oírlo cuando, por ejemplo, escribe estas líneas.

El documental de Jackson es tremendamente recomendable en varias direcciones: 1) Es un material histórico y solo con eso ya encuentra su importancia. 2) El trabajo técnico que hay detrás es espectacular haciendo que en absoluto parezca que son imágenes de más de medio siglo de antigüedad. Por otro lado, el montaje hace que, a pesar de ser un formato tremendamente tedioso, se conciba de un modo ameno al hacerte partícipe de lo que allí aconteció. 3) A los aficionados a la música nos pone delante de cómo creaban el dúo más talentoso de todos los tiempos en materia compositora. Resulta altamente  interesante los recovecos que encierran los procesos creativos y los paralelismos que uno puede encontrar, salvando los años luz de distancia, en los que aplica en su forma de componer. 4) Si eres amante de los Beatles te enamorarás por cada pequeño detalle, te sentirás cómplice, sonreirás, recordarás y volverás a poner a este grupo en el sitio más alto que le corresponde. Es una pena que a día de hoy, a pesar de sus casi 25 millones de oyentes mensuales en Spotify, las nuevas generaciones estén creciendo en el desconocimiento absoluto de su existencia y mucho me temo que, por desgracia, no cambiará con la existencia de este documental que no está hecho para el gran público.

Larga vida a John, Paul, George y Ringo

sábado, 6 de marzo de 2021

Quejigo de Cai

 


Dicen que es posible que al prestigioso botánico Willdenowque, que a mí me suena a Will de no sé qué, le llegara un ejemplar de maravilloso Quejigo Andaluz con la etiqueta cambiada y pensó que era de Canarias, por eso su nomenclatura científica: Quercus canariensis. Poco sé de la vida de este alemán el cual probablemente conoció hace dos siglos mucho más mundo del que pueda llegar a conocer yo. Sin embargo, me pregunto, si el que bautizó con un nombre erróneo a mi árbol favorito llegó a caminar alguna vez entre un bosque de ellos, sintiéndose embaucado por la exuberancia de su porte, los misterios de sus sombras, la belleza de sus ramas en candelabro, la postal de cuento de hadas que regalan. Seguramente el bueno de Will no je qué se tuvo con conformar con ponerle nombre mientras lo estudiaba a algunos miles de kilómetros de distancia de su lugar original en algún jardín del que no sabemos si algún día acabaron formando parte de forma ornamental.

El quejigo andaluz es, como ya he dicho, al menos para mí, un árbol vigoroso y mágico, empeñado en llenar de enigmas el camino del caminante. Y es que por nuestra tierra es común encontrarse con ellos, siempre que el recodo de un sendero te lleve a partes más húmedas. Suelos lavados de cal, profundos y frescos. Zonas umbrías, de altas precipitaciones, menores solanas y escasas heladas. Por eso, tal vez, encuentra en este rincón del mundo el mejor lugar donde echar raíces. Si bien también, como se acostumbra, según permiten al reino vegetal (y también al animal según eso que nos contaba  Darwin) prevalecer más o menos según las características del entorno y la adaptación que hacemos a él, podemos encontrarlos en lugares de características climáticas similares. Zonas no muy lejanas de por aquí, como al norte de Marruecos, como al oeste de Málaga, al norte de Sevilla o por la Sierra de Aracena. Pero es aquí en este parque conocido con el nombre de sus primos, donde los protagonistas de la zona desaparecen a veces, o se hacen secundarios, para regalarle más diversidad a sus bosques. Por eso, reivindico hoy desde aquí y sabiendo que no llegará a ningún lado, pasar a conocer nuestro Parque Natural de Los Alcornocales, como Parque Natural de Los Alcornocales y el Quejigo Andaluz. Porque es más andaluz que canario y no será un alemán de hace dos siglos el que lo discuta. Ya puestos a reivindicar en un exceso de nacionalismo podríamos llamarlo el Quejigo de Cai, pisha. O shosho, ya según cual sea la flor dominante.

De un modo u otro, y bromas aparte, valga esta entrada para invitar al lector a adentrarse en algún canuto de los de la Sierra del Aljibe, Niño, Luna, Ojén o tantas otras de nuestra zona en las que siempre, de forma silente y secreta, esperan pacientes los más bellos ejemplares para inundarnos de calma, imaginación y belleza. Porque son estos árboles en estas condiciones de humedad verdaderos ecosistemas que regalan en sí mismo un sinfín de vistas de un solo vistazo y así los vemos en estos días de tantas aguas repletos de musgos, con la enredadera(Hedera helix)rodeando sus troncos y ramas, a veces incluso estrangulándolos hasta casi la muerte; el helecho Davalia, el Ombligo de Venus, o los Polipodios. A veces presentando alguna gran oquedad que invita a pensar qué tipo de animal pudiera esconderse por ahí. Telarañas entre los ángulos de sus ramas en candelabro y muchas setas escondidas bajo sus hojas caducas que tiñen a colores anaranjados y favorecen un manto orgánico de alta humedad de condiciones idílicas para que los micelios de infinitos hongos arraiguen y proliferen, algunos tan ricos como la Xantarella o los Boletos. Otros tan mortales como la Phalloide.