domingo, 25 de agosto de 2019

Historias de frío con la calor (parte II)



Los que cumplimos años y por suerte aprendemos que conectarnos con la naturaleza es la mejor forma de pasar el tiempo vamos como yonquis buscando nuevas sensaciones, explorando nuevos parajes, formas y, en estos tiempos, buceando por la red en busca de información sobre remotos lugares que algún día puedan ser alcanzados. Los yonquis de la naturaleza descubrimos que, de entre todas las innumerables formas de consumo, pudiera ser que la alta montaña nos brinde las dosis más puras. Solo basta con llevarse lo preciso, una mochila, crema solar, gafas de sol, alguna cuerda por si acaso, o mejor un amigo que sepa manejar las cuerdas, algún crampón de forma excepcional por si acaso allá arriba hay que andar por nieve, en caso extremo, ya puestos, un piolet y, sobre todo, muchas ganas de aventura. 

Aunque nos definamos como yonquis estamos muy lejos de serlo, por desgracia. Tal vez por las circunstancias, por lo lejos que nos queda, por las responsabilidades diarias, el caso es que nuestras dosis, al menos en mi caso, tienen que esperar demasiado, por lo que, siendo así, no llego ni a principiante. Solo sé lo suficiente como para saber que engancha, por lo que el deseo de que llegue una nueva ocasión se va haciendo más fuerte y entre tanto vamos configurando en la mente nuevas futuras rutas, tal vez Pirineos, y quién sabe si no, algún día, por qué no, Los Alpes.

Y cosas así, supongo les pasa a muchos que, como yo, se van sintiendo indefectiblemente atraídos por el poder de la alta montaña y, por supuesto, nada de malo hay en ello. Pero como todo en esta vida, las cosas tendrán que tener una evolución natural, digo yo. No sé, se me antojaría extraño que me dé la fiebre tan fuerte de forma que coja todos mis recursos económicos y los que no tengo y ahorre para plantarme en un par de años en el pico más alto del mundo. Pero entiendo que algo muy parecido a esto sí debe sentir mucha gente en las últimas décadas y es que, el Everest, como todo el mundo sabe, se ha convertido en una suerte de feria. Supongo que, para los grandes alpinistas de siempre, los de verdad, se les antojará raro y les dará bastante rabia la prostitución de esta montaña sagrada porque, precisamente, lo que tiene de sagrado parece quedar a un margen. En el techo del Himalaya se rompen los récords de asistencia prácticamente a cada año, ya sabéis, cosas de ser casi 8mil millones de personas en el globo y la fuerza de Instagram. Pero lo cierto es que, a pesar de todo, no debe ser fácil. En primer lugar, entiendo que no está al alcance de cualquiera y no me vengo a referir aquí a la condición física, que también, sino a la económica. Parece ser que entre los permisos que concede Nepal y permanecer por allí campamento arriba, campamento abajo, seguros, sherpas y las cosas que necesites para ello durante tres meses, la cosa no suele bajar de los 35mil dólares. Aunque hay tarifas más lujosas, qué duda cabe, que hasta para subir al Everest siempre hubo clases. Cuentan que queda muy bien si eres un alto ejecutivo poner tu foto en el despacho cuando te reúnas con un cliente importante y demostrar de qué pasta estás hecho. Claro que la pasta de fuera no ofrece garantías de absoluta seguridad a casi 9000metros de altura, por eso, a día de hoy, cuentan que hay doscientos cadáveres hasta llegar arriba. No todos se ven, claro está, pero sí la mayoría, ya sabéis con el frío las bacterias, los hongos y demás amigos de la descomposición les da por trabajar poco y en su lugar un dulce rigor mortis se apodera de los músculos del fallecido que junto con el hielo inmortalizan la foto que nunca llegará a sus despachos pero probablemente sí lo haga al despacho de otros, porque muchos de estos sirven como hitos a los ascendentes, a modo de mojón de carretera. 

— Ey Paul, ahí está “el saludador”!!! Di Hi!!!!

— Lo veo Johnny, y mira, ese de más arriba es “el botas verdes”

—¿Nos hacemos unas fotos?

Aunque no creo que el personal esté para muchas fotos a esas alturas, a mí personalmente verme en esa situación me da bastante mal rollito. Supongo que no es cosa para pitorreos porque sin duda significa una señal clara de que podrías ser el próximo. La hipoxia suele camuflar a la hipotermia, ya que la falta de oxígeno a menudo va acompañada de alucinaciones o euforias. Es común que los que ascienden consideren que por los indicadores físicos que presenta el alpinista se les invite a no seguir intentándolo y que estos, por el subidón del edema cerebral reclinen el ofrecimiento. Y claro, en esas condiciones tan extremas la cosa no está para ponerse a discutir más de la cuenta. A partir del cuarto campamento base (7900metros) hasta la cima es un “sálvese quien pueda”. Se hace prácticamente imposible cargar con ningún cuerpo, por no hablar de esperar la llegada de algún helicóptero de rescate. Nada llega a esa altura. Por eso los cuerpos se acumulan en la subida, nadie puede ir a recogerlos y cargarlos, aunque exista incluso alguna empresa que se dedique a empujarlos ladera abajo para quitar el mal fario que dicen dan algunos de ellos.

El Himalaya está lleno de historias dantescas, terroríficas e incluso tragicómicas porque lo cierto es que, como no cabe duda, intentar hacer cumbre en el pico más alto del mundo supone todo un logro. Si en La Antártida comentaba el otro día que ninguna especie, salvo el pingüino emperador, lograba pasar el invierno, en el Everest ni siquiera esto. El riesgo de sufrir el famoso “mal de altura” por falta de oxígeno comienza a partir de los 2500 metros, sin embargo, existen poblaciones viviendo incluso a 5000 metros de altura. De ahí son los sherpas, cuya sangre ha metabolizado y sintetizado muchísima más cantidad de glóbulos rojos que ayude a transportar mejor el oxígeno ante tanta escasez. Por eso los sherpas viven ayudando a todo aventurero que se mete en dicho periplo. Con más de 150000 sherpas la región hace su agosto en las condiciones más invernales del globo, aunque eso sí, en invierno ni se intenta. 

Comencé a escribir la entrada con la idea de realizar cierta crítica a esas personas que intentan subir porque se ha convertido en algo realmente cool, pero, me cuesta no admirar el valor y la dureza de todo aquel que se atreva con semejante aventura. Aunque, ¿es valentía y valor o solo locura? Entiendo que no es lo mismo que lo intenten personas que antes que eso hicieron dosmiles, tresmiles, cuatro, cinco, seis e incluso sietemiles, antes de subir al Everest; y sospecho que esto debe de estar muy lejos de ser así. Entonces, creo que aquí radica un poco la crítica que debiéramos plantearnos, es ese creer que el dinero todo lo puede y que se pone por delante de la profesionalidad. Es el no aceptar un no por respuesta. Por otro lado, si tanto te gusta la montaña y ascender a lugares tan duros y remotos, ¿por qué no hacerlo en los vecinos, que son igual de duros pero no están tan absolutamente masificados? Y entonces, la respuesta, una vez más, evidencia lo ridículo de nuestra especie. La adicción no a lo bello en sí, a la pureza, sino al postureo, al estar en lo trending....y esto, acaba regalando al mundo escenas como las de este verano con colapsos de centenares de alpinistas antes de hacer cumbre.

Desde tierra, a nivel del mar, los tristes mortales conocedores de las mieles de la alta montaña, seguiremos bicheando pequeños proyectos para el próximo año que, a lo sumo, superen en un solo peldaño, a lo realizado el año anterior.

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