lunes, 8 de abril de 2019

Los hijos de Gaia


Mientras el mundo se preocupa, o parece hacerlo, por los estómagos ensangrentados de ballenas varadas llenos de plásticos, tú compras de nuevo la botella de agua del dibujito para tu hijo, aunque no te importe consumir la del grifo, volviste a olvidar ir al Decatlhon para comprar una que se reutilice. Mientras las imágenes de las islas de plástico comienzan a inundar nuestras pantallas haciéndose virales, descubrimos que hace ya muchos años en Alemania te paga, una maquinita, 25 céntimos por cada botella de plástico que le metas dentro, mientras tanto, nosotros, con estos pelos. Mientras los datos de los microplásticos y sus consecuencias para el consumo humano nos hielan la sangre y anuncian leyes que vendrán más restrictivas, todavía la juventud, y sus padres, tiran al suelo cualquier cosa, sin importarles de dónde viene, y mucho menos, a dónde irá.

El mundo se bipolariza...la revolución verde asoma la patita, allá lejos, sobre el horizonte...mientras dentro de nuestras fronteras se adueñan del verde los que niegan el cambio climático y tantas otras cosas.

Así, algunos volvimos a oír las viejas advertencias, que cada día suenan más reales, más presentes, más ruidosas, más irremediables. Algunos seguimos queriendo no olvidar y conservar, a pesar de los pesares, una ínfima hebra que nos ate a la esperanza.

Pero bajo nuestros cielos se calienta el aire, y los muros de hielo que sostienen equilibrios se desmoronan a grandes pedazos. Pedazos de millones de toneladas a cada pequeño giro de las agujas del reloj. Groenlandia se va al océano endulzándolo, cambiando las lógicas de corrientes pertrechadas desde hace millones de años...y el efecto mariposa comenzó a girar la rueda, solo que aquel aleteo son en realidad millones de toneladas de hielo que caen plomizas sobre el mar. Las corrientes transportadoras de calor enfriarán la costa oeste de toda Europa incrementando sus heladas. El bloom de nutrientes que aflora en las costas de Perú dando lugar a explosiones de vida también desaparecerán. Porque todo está conectado. Todo está conectado y Gaia, se empeña en luchar contra lo inevitable, tira de sus mecanismos de regulación y se defiende. Pero si cae Groenlandia disminuirá el efecto albedo y seguiremos echando calor a la calor. Si seguimos deforestando, y lo seguiremos haciendo, seguiremos echando CO2 al Co2, o lo que es lo mismo, perdiendo a quienes lo secuestran.

 Greta Thunberg, una niña convertida en el mejor de los símbolos contra la lucha venidera, nos lo advierte desde solemnes opulentos salones de una ONU que ya no sirve para nada...si es que alguna vez lo hizo. Mientras que los Abascales de turno y el interminable séquito de ignorantes que se le suman nos llaman exagerados. No a nosotros, sino a las evidencias científicas que extreman sus advertencias, que gritan un socorro eternamente desoído. 

Terminaré de escribir la entrada y volveré a ir a trabajar en mi coche, de gasoil, yo solo, mientras observo otros centenares de coches, también solos...

Te miran los ojos de una cría de orangután que se consolida irremediablemente como otro símbolo de la desgracia que sembramos por el mundo, como lo fue antes y sigue siendo ahora el oso polar. Parecen preguntarse sus ojos por qué no dejamos de incendiar las selvas de Indonesia para plantar palma...llegamos a derramar una lagrimita viendo el anuncio de los ingleses, mientras degustamos de unos Doritos untados en Nutela...

Pido que la hebra se haga mágica y no nos arranque la esperanza...pero mis palabras parecen olvidarlo. ¿Quién es esa hebra? La que será siempre: la educación. En este caso, educación ambiental. Y me lleno de responsabilidad que en cierto modo me satisface. Asumir el reto que tengo por delante. El pequeño grano que, no que puedo, sino que tengo que aportar, para conseguir que nadie pueda permitirse mirar hacia otro lado sin al menos ser consciente de lo que hay. Solo eso


No queda mucho por hacer, queda todo.



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