jueves, 9 de mayo de 2013

Gaia no era tu nombre




Hace 31 años hoy que he vivido sin tener un perro. De algún modo, todos, cuando somos pequeños, pasamos por esa fase de desear por encima de todas las cosas un cachorrito, compañero y amigo, a quien cuidar y por el cual sentirnos protegidos. Como  todos los críos lo deseé, y quizás me atreviera yo a decir que un poco más. Pero, no se daban las condiciones, ni mi casa era casa sino piso tirando a pequeño, ni mi madre la Baronesa Thyssen que sin decir que los odiase, sí podríamos decir que no eran la principal preocupación de su vida. Sea como fuere, nunca tuve un perro. No por ello mi amor hacia ellos se esfumó, ni siquiera cuando la experiencia más cercana a la muerte jamás vivida viniese de la mano, o de las dentelladas, de un perro demasiado obcecado en atacar como para discernir si la presa era un inofensivo e inocente niño de once años que viera más de docena de puntos por sendos bocados. No cesó. Si contraje una fuerte fobia postraumática al género perruno que debiera de impregnar mi nivel de alerta por muchos años, haciendo que de algún modo, no se haya desvanecido del todo. Pero aún así, los quería.

Pero fueron gatos los inquilinos y compañeros no humanos con los que acabé conviviendo. A menudo la idea reaparece, máxime cuando tu pareja es otra incondicional amante de todo cuadrúpedo peludo, y uno saca brillo una vez más a los tan usados platos de la balanza. Resultado: Demasiada responsabilidad ya con lo que hay. Sin embargo, es inevitable imaginarse a uno mismo compartir ciertas experiencias con perros tan adorables como por ejemplo los labradores. Todos deseamos. Y un día el labrador cae del cielo. Unos vecinos a ciertas horas intempestivas nos asaltan para comunicarnos que este hermoso labrador lleva errando por la calle todo el día y que quién se hizo cargo durante la tarde no lo ve muy bien para la noche, que si tal vez nosotros...La pareja amante de los cuadrúpedos peludos no deja de terminar la frase al vecino y anuncia que sin duda, el perro dormirá en nuestra casa, o mejor sería decir el patio. Así que dicho y hecho, los buenos samaritanos se ponen el disfraz de hospitaleros para los viandantes del Camino de los Erráticos Canes. Variante sureña y de especie del popular Camino de Santiago.

Operaciones de rigor al día siguiente: veterinario( en busca de chip), baño concienzudo ( en busca de la retirada parásita), comida, paseos y mucho mimo... El tiempo va pasando y la pareja de hospitaleros deambulan por la barriada preguntando al vecindario si conocen el origen de dicho animal. Animal que por cierto, como es evidente, aún no tiene nombre, o al menos no para nosotros. Pero es este dato  irrelevante para el transcurso de la historia, porque mejor sería saber los modales y obediencia de este perro, famosos los de su estirpe por ser perros lazarillos.

Un día más y todo el mundo conjetura que es perro abandonado, aunque nadie pudiese apostar porque fuese perro maltratado. No teme, es sociable, es hermoso, aunque no tenga nombre. Ya van dos días y los hospitaleros, aún sin querer, empiezan a contemplar la posibilidad de que la estancia se alargue...se van haciendo a la idea, no es difícil. Perro en la playa, perro en el campo, perro en el río, perro con el peque, perro da vida a la primavera. Habrá que poner un nombre ya, ya son tres días. Gaia. Gaia diosa griega. Gaia superorganismo vivo que es nuestra hermosa madre de entre las madres, Gaia señora Tierra. Gaia será tu nombre.

Amanecer del cuarto día, suena a cumpleaños. Piensa uno, incluso se atreve a comentar, que hermoso regalo regalado sin querer. Pero no se puede caer en la torpeza de que, como dicen los especuladores, el perro es abandonado sí o sí. Y aún no habiendo desechado la posibilidad de que no fuese perro abandonado y su dueño legítimo apareciese, no deja de ser un mazazo para las ilusiones y los brotes de cariño, la llamada de teléfono. Gaia no era su nombre, Xena antes le pusieron...Con hermanos perros y con otras niñas mayores que el mío, y con mucho campo, Xena vuelve a su hogar, que aunque muy cerca de aquí se hace un mundo a estas horas...Triste no regalo de cumpleaños para este niño de 31 años

1 comentario:

  1. En referencia a la alusión que haces de mi persona, tal parece que soy una especie de Cruella de Vil a la que los animales le repugnan o, al menos, le son indiferentes. Así que aprovecho esta mención para dejar clara mi postura.
    En primer lugar, le tengo un respeto enorme a los animales. Además de respeto, entiendo que la convivencia con ellos puede ser enriquecedora, divertida y emocionalmente positiva. Pero por esa misma razón, entiendo que a los animales no se les debe tener de cualquier manera. Tener una mascota implica una responsabilidad y aportar al animal las condiciones más favorables a su desarrollo vital. Porque no hay que olvidar que NINGUNA especie que convive con el hombre, lo hace en régimen de libertad, sino de semilibertad. A sus congéneres no los ven ni en pintura y sus hábitos de vida se ven atrofiados por la sencilla razón de que no los desarrollan. Pierden gran parte de sus instintos y solo les queda un residuo de sus capacidades potenciales que no les servirían en absoluto para mantenerse con vida en un régimen de libertad total.
    De ahí que haya tantos animales abandonados que son incapaces de sobrevivir. Desde mi punto de vista el animal que convive con el hombre pierde una parte importante de su dignidad.
    A pesar de todo, entiendo que alguno animales consiguen vivir con el hombre en unas muy buenas condiciones. Pero no me negarás que meter un perro en un piso es el ideal de un animal.
    En segundo lugar, cuando una persona adquiere cualquier tipo de responsabilidad debe hacerlo con todas sus consecuencias. Y si te comprometes con una mascota a cuidarla y a protegerla, no puede ser que a los dos días, te canses, te aburras, o te resulte incómodo y difícil mantenerlo y te deshagas de ella como si de una bolsa de basura se tratase. Para eso, mejor es no tenerlos. ¿Concebiría alguien esa actitud con los hijos propios? Pues una mascota es como un hijo.
    En tercer lugar, existe en mi ánimo un rechazo a convivir con un ser vivo al que con toda probabilidad voy a sobrevivir. He visto personas llorando a lágrima viva ante la pérdida de un perro o una gato. Lo cual no es extraño, porque entiendo el grado de afecto que se les llega a tener. Pero soportar una y otra vez la pérdida de sucesivas mascotas.... no sé, no sé....
    Espero haber dejado claro ante ti y tus lectores mi postura y las razones que me llevaron a negarles el capricho de una mascota en un piso a mis hijos.
    Caprichos de niños a los que no siempre puedes acceder, porque (ya lo irás comprobando), los niños se encaprichan absolutamente de todo. Y consentir todos los caprichos de un niño es la mejor manera de tener un futuro frustrado en la vida.
    Besos de tu mami

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