Hace 31 años hoy que he vivido sin
tener un perro. De algún modo, todos, cuando somos pequeños,
pasamos por esa fase de desear por encima de todas las cosas un
cachorrito, compañero y amigo, a quien cuidar y por el cual sentirnos
protegidos. Como todos los críos lo deseé, y quizás me atreviera
yo a decir que un poco más. Pero, no se daban las condiciones, ni mi
casa era casa sino piso tirando a pequeño, ni mi madre la Baronesa
Thyssen que sin decir que los odiase, sí podríamos decir que no eran
la principal preocupación de su vida. Sea como fuere, nunca tuve un
perro. No por ello mi amor hacia ellos se esfumó, ni siquiera cuando
la experiencia más cercana a la muerte jamás vivida viniese de la
mano, o de las dentelladas, de un perro demasiado obcecado en atacar
como para discernir si la presa era un inofensivo e inocente niño de
once años que viera más de docena de puntos por sendos bocados. No cesó. Si contraje una fuerte fobia postraumática al
género perruno que debiera de impregnar mi nivel de alerta por
muchos años, haciendo que de algún modo, no se haya desvanecido del
todo. Pero aún así, los quería.
Pero fueron gatos los inquilinos y
compañeros no humanos con los que acabé conviviendo. A menudo la
idea reaparece, máxime cuando tu pareja es otra incondicional amante
de todo cuadrúpedo peludo, y uno saca brillo una vez más a los tan
usados platos de la balanza. Resultado: Demasiada responsabilidad ya
con lo que hay. Sin embargo, es inevitable imaginarse a uno mismo
compartir ciertas experiencias con perros tan adorables como por
ejemplo los labradores. Todos deseamos. Y un día el labrador cae del
cielo. Unos vecinos a ciertas horas intempestivas nos asaltan para
comunicarnos que este hermoso labrador lleva errando por la calle
todo el día y que quién se hizo cargo durante la tarde no lo ve muy
bien para la noche, que si tal vez nosotros...La pareja amante de los
cuadrúpedos peludos no deja de terminar la frase al vecino y anuncia
que sin duda, el perro dormirá en nuestra casa, o mejor sería decir
el patio. Así que dicho y hecho, los buenos samaritanos se ponen el
disfraz de hospitaleros para los viandantes del Camino de los
Erráticos Canes. Variante sureña y de especie del popular Camino de
Santiago.
Operaciones de rigor al día siguiente:
veterinario( en busca de chip), baño concienzudo ( en busca de la
retirada parásita), comida, paseos y mucho mimo... El tiempo va
pasando y la pareja de hospitaleros deambulan por la barriada
preguntando al vecindario si conocen el origen de dicho animal.
Animal que por cierto, como es evidente, aún no tiene nombre, o al
menos no para nosotros. Pero es este dato irrelevante para el transcurso
de la historia, porque mejor sería saber los modales y obediencia de
este perro, famosos los de su estirpe por ser perros lazarillos.
Un día más y todo el mundo conjetura
que es perro abandonado, aunque nadie pudiese apostar porque fuese
perro maltratado. No teme, es sociable, es hermoso, aunque no tenga
nombre. Ya van dos días y los hospitaleros, aún sin querer,
empiezan a contemplar la posibilidad de que la estancia se
alargue...se van haciendo a la idea, no es difícil. Perro en la
playa, perro en el campo, perro en el río, perro con el peque, perro
da vida a la primavera. Habrá que poner un nombre ya, ya son tres
días. Gaia. Gaia diosa griega. Gaia superorganismo vivo que es
nuestra hermosa madre de entre las madres, Gaia señora Tierra. Gaia
será tu nombre.
Amanecer del cuarto día, suena a
cumpleaños. Piensa uno, incluso se atreve a comentar, que hermoso
regalo regalado sin querer. Pero no se puede caer en la torpeza de
que, como dicen los especuladores, el perro es abandonado sí o sí.
Y aún no habiendo desechado la posibilidad de que no fuese perro
abandonado y su dueño legítimo apareciese, no deja de ser un mazazo
para las ilusiones y los brotes de cariño, la llamada de teléfono.
Gaia no era su nombre, Xena antes le pusieron...Con hermanos perros y
con otras niñas mayores que el mío, y con mucho campo, Xena vuelve
a su hogar, que aunque muy cerca de aquí se hace un mundo a estas
horas...Triste no regalo de cumpleaños para este niño de 31 años
En referencia a la alusión que haces de mi persona, tal parece que soy una especie de Cruella de Vil a la que los animales le repugnan o, al menos, le son indiferentes. Así que aprovecho esta mención para dejar clara mi postura.
ResponderEliminarEn primer lugar, le tengo un respeto enorme a los animales. Además de respeto, entiendo que la convivencia con ellos puede ser enriquecedora, divertida y emocionalmente positiva. Pero por esa misma razón, entiendo que a los animales no se les debe tener de cualquier manera. Tener una mascota implica una responsabilidad y aportar al animal las condiciones más favorables a su desarrollo vital. Porque no hay que olvidar que NINGUNA especie que convive con el hombre, lo hace en régimen de libertad, sino de semilibertad. A sus congéneres no los ven ni en pintura y sus hábitos de vida se ven atrofiados por la sencilla razón de que no los desarrollan. Pierden gran parte de sus instintos y solo les queda un residuo de sus capacidades potenciales que no les servirían en absoluto para mantenerse con vida en un régimen de libertad total.
De ahí que haya tantos animales abandonados que son incapaces de sobrevivir. Desde mi punto de vista el animal que convive con el hombre pierde una parte importante de su dignidad.
A pesar de todo, entiendo que alguno animales consiguen vivir con el hombre en unas muy buenas condiciones. Pero no me negarás que meter un perro en un piso es el ideal de un animal.
En segundo lugar, cuando una persona adquiere cualquier tipo de responsabilidad debe hacerlo con todas sus consecuencias. Y si te comprometes con una mascota a cuidarla y a protegerla, no puede ser que a los dos días, te canses, te aburras, o te resulte incómodo y difícil mantenerlo y te deshagas de ella como si de una bolsa de basura se tratase. Para eso, mejor es no tenerlos. ¿Concebiría alguien esa actitud con los hijos propios? Pues una mascota es como un hijo.
En tercer lugar, existe en mi ánimo un rechazo a convivir con un ser vivo al que con toda probabilidad voy a sobrevivir. He visto personas llorando a lágrima viva ante la pérdida de un perro o una gato. Lo cual no es extraño, porque entiendo el grado de afecto que se les llega a tener. Pero soportar una y otra vez la pérdida de sucesivas mascotas.... no sé, no sé....
Espero haber dejado claro ante ti y tus lectores mi postura y las razones que me llevaron a negarles el capricho de una mascota en un piso a mis hijos.
Caprichos de niños a los que no siempre puedes acceder, porque (ya lo irás comprobando), los niños se encaprichan absolutamente de todo. Y consentir todos los caprichos de un niño es la mejor manera de tener un futuro frustrado en la vida.
Besos de tu mami