Llega julio, el calor. Suena en italiano algún cantante que me hace creer que al pillar dos palabras algo se me ha quedado de esa lengua hermana. Cultura e historia de un pueblo bañado por el Mediterráneo, tal como nosotros. Nuestros primos al este de este mar nos invitaron siempre a querer probar sus mieles. Reflexionaba hace apenas una semana cuando desde nuestro diminuto coche de alquiler verde pistacho íbamos completando nuestro Giro a la Sicilia y sonaba desde el Spotify temas tan clásicos Felicitá, Il mondo o Gloria, y uno acertó a pensar que en aquellos 70` de represión franquista una España ansiosa de libertad vio en la época del destape el mejor camino de llegar a ella. Y puede que ellos vieran un gran negocio en estas necesidades fruto de una represión sostenida por décadas. Y así, el recién fallecido capo Berlusconi lo vio claro también con Telecinco y su modelo “Mamachicho” alguna década después. De ese modo, uno empieza a entender algunas de las claves de por qué nos parecemos tanto los unos a los otros.
En este mundo tan globalizado hace demasiados años que las pizzas son algo tremendamente cotidiano en nuestra dieta, aunque aún a los pasillos de nuestros supermercados les faltan muchos ejemplares de pastas diferentes para competir a su nivel. Por otro lado, por desgracia, no sé muy bien por qué no hemos acertado a importar algo tan importable como los "cannoli". Y en estas divagaciones voy completando Il giro a la Sicilia sin rastros de la mafia, tan solo simpáticas referencias al Padrino en la música de alguna plaza en Taormina o en los imanes y las tazas hechas souvenires. Puede que sí algún rescoldo de esta quede en lo caótico de las calles de Catania o Palermo y la desigualdad y suciedad vergonzante en las mismas. Nada, por otro lado, que nos resulte ajeno a los vecinos españoles.
Uno se maravilla de cómo nos parecemos y cómo nos diferenciamos y como nos encanta estar en una isla hay que aprovechar que las aguas por aquí anden varios grados centígrados por encima de las nuestras, así que el snorkel será parada obligada para descansar. Del este al oeste hay que atravesar el Etna, imponente volcán que no para de humear, presumiendo, quizás, de ser el activo más alto de Europa, nos tiene acostumbrado a sus continuas erupciones, tanto es así que a veces hasta se paralizan vuelos en Catania. El coche nos lleva al Refugio de Sapienza a 2000 metros y desde allí paseamos hasta coger algo más de altura y adentrarnos (desde arriba) por algunos de sus innumerables cráteres. Como siempre que uno visita paisajes volcánicos se siente un marciano y tiene que robar alguna roca para traérsela a casa. Como vamos con los niños, coronarlo quedará pendiente para otra ocasión, pero el aperitivo ha sido más que sabroso. Al bajarlo nos enteramos de que en sus faldas se cría una variedad de pistacho, el Pistacho de Bronte, llamado el oro verde de Sicilia(que nos gusta poner oro + color a las cosas). Eso explica que prácticamente no haya comida que no lo lleve. También explica que bautizáramos a nuestro pequeño Skoda verde, “Pistachito”. Así que con Pistachito atrevasamos la Isla de este a oeste y paramos en Cefalú para emborracharnos con la belleza costumbrista, pequeña, de película de pueblo colorido costero. Pocas horas allí, otro sitio que marcarnos con un “queda pendiente volver”, aunque sepamos que ya van demasiados, es un juego demasiado goloso como para renunciar a él.
Sensaciones, experiencias, anécdotas,
vivencias, también estrés o cansancio en otros momentos pero que el tiempo,
como bien nos ha enseñado la experiencia, se empeñará en relegar a un segundo
plano para dejar como únicos protagonistas a los primeros. El arte, el veneno
de viajar, de pasar por esta vida conociendo, si acaso, un pequeño porcentaje
de este ínfimo rincón del universo.
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