martes, 10 de diciembre de 2019

Viejas preguntas de siempre



Hay una ristra de días, semanas, meses y años que siguen pasando; esforzados, empeñados, tozudos en no dejar de hacerlo. Hay una ristra de propósitos que pierden sentido, que se convierten en una caricatura de sí mismos cada vez que los descubres ahí, casi callados, clamando su espacio, casi sin quererlo, casi sin creérselo. Hay una vida que cambia casi sin darnos cuenta, donde la esencia se mantiene pero casi ya no cuenta. Hay un pequeño niño- adolescente yo que pide que le hagan caso, aunque ya no sepa ni qué decir. Y en estas la vida va transcurriendo. Hay un Ying, y hay un Yang, que no saben muy bien quiénes son quién. Siempre en el mismo sitio, aunque en distinto lugar, uno va perdiendo la valentía como si ya no fuera aquel. Casi sin darse cuenta de que nunca será otro. Acaso, si nuestros viejos sueños, las vetustas inquietudes, las antiguas disconformidades, se van oxidando, no querrá decir que ya no merezcan un abrazo. No querrá decir acaso que estábamos equivocados.
En el universo de lo que se tiene que hacer vamos extinguiéndonos, resignándonos dulcemente a lo que se supone que tenemos que ser… y aceptamos. Aceptamos el giro aplastante de la rueda, como si esa rueda dijese alguna verdad. Como si existiese alguna verdad.
En el universo de las cosas con las que debemos cumplir nunca podrá, aunque nos engañen, eclipsarse la esencia de quienes verdaderamente somos.
Así, de ese modo, darán igual los días, las semanas, los meses y los años, nuestros viejos sueños, dudas e inquietudes seguirán inmersas en aquel ADN que acertamos torpemente en llamar alma. Aunque lo olvidemos. Seguirá siendo así.
Pero entre tanta marejada quedamos mareados, perdiendo nuestra ubicación, sin saber ni por asomo muy bien qué hacer.
¿Cómo dar la vuelta a la tortilla? ¿Cómo romper la estúpida rueda?

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