Allí, al otro lado, se debía bañar Paco de Lucía todos los
veranos y seguramente, quién sabe, muchos días también de primavera y otoño.
Tal vez, en alguna conversación con algún amigo le llegó la inspiración y le
puso aquel nombre a aquella música, o aquella música a aquel nombre, vete tú a
saber. Antes, mucho antes, muchas civilizaciones se pelearon de punta a punta,
de costa a costa, o fueron asentándose muy cerquita de las diferentes desembocaduras
de los ríos que en ella morían. Siempre custodiada por estas montañas, las
sierras que ves tapadas con nubes grises detrás de las cuáles verías Tarifa, o
éstas desde donde miras, detrás de las cuáles verías Málaga.
Ahí, en este
rinconcito pequeño del mundo, muchos hombres y mujeres se enamoraron bajo lunas
llenas y cielos estrellados, como en tantas otras partes. Ahí, como
en tantos otros sitios, vivieron muchísimos pescadores haciendo lo que vieron
de sus padres, para que sus hijos aprendieran viéndolo de ellos. Ahí en ese
rinconcito, como olvidados, donde la sequía hace una pausa y las lluvias lo
riegan todo regalándonos esos verdes asturianos, para que la gente que nos
visite exclame sorprendida. Ahí, como sin querer, siendo olvidados por muchos,
sencillos, humildes, especiales. Y también muy ignorantes. Ignorantes quizás
como muchos pueblos que en su sencillez alguien les vendió progreso a cambio de
verde, a cambio de playas. Y quién sabría decir si alguien fue preguntado, si
acaso informado. Pero se cambió el paisaje, hace ya algunas décadas, quizás
demasiadas. Y a una fábrica siguió otra, y otra y otra más. Los puertos
competían por ser los más grandes y los barcos campaban a sus anchas, sin pedir
permiso para, por ejemplo, repostar. Tampoco para reparar submarinos nucleares. Seguía pasando el tiempo y mucha gente empezó a preguntarse si ante eso del
progreso no habría más alternativas. Si no sería posible, vete tú a saber,
encontrar energías tal vez menos contaminantes. Y algunos pesados comenzaron
poco a poco a convencer a los demás…
Y llegó un día en el que muchos ya pensaban que sí, que las
chimeneas grises y rojas y sus humos blancos y grises eran muy feas. Tardaron
en darse cuenta, pero se dieron cuenta…
Y fue por entonces cuando un señor muy gris y también muy
feo dijo: “¿Por qué no ponemos más chimeneas rojas y grises de humos feos?”
Y la gente, casi sin querer, abrió la boca y enseñó los
dientes y aquel hombre gris y feo se calló, se fue y no volvió...
... o al menos, así debería de ser.
... o al menos, así debería de ser.
No hay comentarios:
Publicar un comentario