Tras varios días de lluvia, que saben a poco pero que nos dan
un mínimo respiro ante la inminente sequía que hace temblar los cimientos de
unos embalses cada vez más vacíos, sale el sol. Aunque el sol pudiese haber
esperado, hay que reconocer que siempre se las arregla para arreglar el
espíritu. Caen unos grados nuestras temperaturas veraniegas de octubre y
octubre por fin, con el campo algo mojado, empieza a parecerse a octubre. Así
que el sábado, previo al fantasma del confinamiento, sin viento en el sur de
Europa y justo antes de ver cambiar la hora, nos adentramos a explorar, una vez
más, algunos de los secretos de nuestra tierra prometida.
Cruzando hasta llegar a Tarifa un enjambre de aves de las
gordas hacen círculos algunos centenares de metros por encima de nuestras cabezas. Son
tantas que enseguida pienso en las típicas aglomeraciones de milanos negros
antes de cruzar el Estrecho en sus periódicas migraciones estacionales. El
coche avanza, ralentizo la marcha para desesperación de los que van detrás,
porque aún me resulta inevitable no asomar la cabeza y cotillear desde mi gran
ignorancia ornitológica mirando, como si supiera. Y no. No son milanos. Resulta
que son buitres. Jamás, de los jamases, he visto tantos buitres juntos, y eso
que aquí hay muchos, y ellos son muy coloniales, de juntarse unos pocos. Alguna
veces he contado más de
cincuenta pero, ¿tantos
centenares? No lo recuerdo. Tengo que parar. Llegamos tarde al comienzo de la
ruta pero, hay que parar. Se para en el mirador de Cazalla, justo antes de
llegar a Tarifa y un buen hombre, trabajador apasionado, como todos los que he
conocido en el mundo de la ornitología, nos sale a nuestro encuentro para
resolver las incontables preguntas. Así que esta reunión sin mascarillas de
nuestros más grandes carroñeros se debe a que es el festival anual de
adolescentes leonados a los que les llega la emancipación antes de tiempo, según nuestro criterio de
Homo sapiens. De todas las partes de la geografía de nuestro país y parte del extranjero vienen
los jovenzuelos expulsados de sus casas, para buscarse la vida en el sur.
Algunos llevan semanas sin probar bocado y están exhaustos. Los días pasados
de lluvia a ellos no les han sentado bien, aunque esta misma lluvia igual ha
debilitado a alguna cabra, caballo o vaca de la zona que le cargue las pilas un
poco. Pero es que son tantos!!! Como si tuvieran 13 o 14 años, insiste varias
veces nuestro amigo el ornitólogo. Huesos aún débiles, y una apreciable menor
envergadura. Ni siquiera hay madurez sexual. Ésta, si les llega, porque les
llegue la vida, les llegará en el otro continente. Probablemente de cada cinco,
con suerte, vuelva uno. La lucha por la supervivencia es lo que tiene. Ya nos
lo dijo Darwin hace 150 años.
Allí los
dejamos, que llegamos tarde, con sus corrientes térmicas de abajo a arriba…y de
arriba abajo.
Betis, es un enclave mucho menos conocido que las dos playas
que la flanquean, Bolonia y Valdevaqueros/Punta Paloma, pero no por ello goza
de menos belleza. De hecho, siendo mucho mejor por estas fechas, regalándonos
los primeros senderos de la temporada, nos da otra perspectiva de tan amadas y
conocidas playas. Amistad, naturaleza, paisajes, afloramientos de areniscas,
escaladores y un reencuentro inesperado con la joven convención de buitres que
nos ameniza todo el transcurso de la marcha y pone el ojo a prueba para
conseguir la mejor foto. Cómo se ha echado de menos un buen teleobjetivo.
Amada naturaleza que nos rodea: que ni te falte el agua, ni te sobren los imbéciles que te maltratan, te ignoran y no te respetan. Amada
naturaleza gracias, una vez más, por tanto.