Amanece, un sábado cualquiera, y a mi hijo, siguiendo esa
ley no escrita, le da por levantarse bastante antes de lo que suele hacer entre
semana. Demanda, con insistencia un desayuno, y para rizar el rizo se agotó lo
indispensable. Toca salir a por pan….pero claro, el sol asomando la cabeza por
la Roca nos dice que todavía no son ni las 8, y a esa hora, de esos días, no
madrugan tanto los panaderos. Ni siquiera aquella tienda que siempre está
abierta, me pide en su cartel que la espere hasta las 8. Sigo patrullando el
barrio hasta que me doy de bruces con aquella churrería a la que prometí no
volver por el descaro en la subida de sus precios para, acto seguido,
disminuir, sin decirlo, el tamaño de las ruedas…pero las circunstancias mandan.
Parada, freno de mano y a pedir algo con voz muy ronca y ojos fotofóbicos.
Aun así, siempre los hay más madrugadores y ya se fue uno
antes de pedir y otro esperaba mientras yo hablaba. Sale un tema de
conversación tan banal como necesario, la insufrible calor…”no es un poco raro, para el mes que estamos
ya tanto calor”. Me prometo no hablar, pero ante la insistencia salgo con
un “y lo que nos queda”, como haciendo ver que cada año próximo será peor. Como
no pillan muy bien lo que pretendo decir, aunque creo que tampoco han hecho por
escucharme, digo algo así como: “es lo que tiene el cambio climático”. El que
esperaba antes que yo comienza a decir algo relacionado con lo tonto que somos
yéndonos a buscar otro hogar en Marte, y sin saber muy bien cómo, ni por qué,
en una nueva frase mía que no entienden o no quieren entender acaban hablando
de lo mal que está Algeciras. Que esto ya no es lo que era, y sí, me voy
temiendo lo peor. Efectivamente, mi intuición, aun desperezándose acertó lo que
venía y la conversación acaba acelerando el ritmo del odio, los espumarajos y
la bilis a pasos agigantados. Para ese entonces creo que ya había cogido los
churros y puede que incluso si no hubiesen sido antes de las 8 de la mañana de
un sábado y hubiesen dejado algún espacio temporal entre exabrupto y exabrupto,
quizás hasta hubiese metido algo de baza, por eso de intentar hacerles entender
lo exagerado del odio que exhalaban. Pero no, demasiada sobredosis para mi ser
dormido…entre negros, moros, pagas, colas y médicos los fui dejando y cual bomba
de humo, me fui…prometiéndome, de nuevo, no volver, ahora por ignorante y
racista.