martes, 28 de agosto de 2018

Sonidos que se apagan



Que los cetáceos son la hostia no es algo que deba sorprender a nadie a estas alturas. Con sus dotes de elegancia, simpatía, inteligencia y misterio surcan todos los mares, a veces como escondiéndose, otras como queriendo saludar o decirnos: "eyyy, parad ya". Bastante sabemos de los más conocidos, aunque otros nos resultan absolutamente enigmáticos, cuando no, directamente, desconocemos su existencia. Eso pasa, por ejemplo, con los delfines de río. Algunos piensan que se alejaron de la competencia en los mares y encontraron otros medios libres de grandes depredadores. Y así nos encontramos con el delfín del Ganges, tal vez el más conocido de los de esta superfamilia.  Allí, en ríos y estuarios, con los sedimentos que se arrastran apenas veían nada y terminó por atrofiarse su vista e hiperdesarrollarse el oído, así emitían ruidos que, por ecolocalización les ayudaba a desplazarse. Como su propio nombre indica, esto es una especie de sentido que actúa mediante el eco, como un sónar. Emiten sonidos de determinadas frecuencias que son devueltos al chocar con otros objetos y de este modo van reconstruyendo el mundo que les rodea sin necesidad de verlo. Más conocido en los murciélagos, se encuentra del mismo modo en otros cetáceos, pero mucho más desarrollados en los platanistoideos (delfines de río)
Una de estas especies era el Baijí(Lipotes vexillifer) de China. Vivió feliz por los cursos medio y bajo del gran río Yangtsé, pero por este río ascienden al interior del país todo tipo de buques, cargueros y demás grandes barcos a motor, la discoteca por debajo de la superficie que suponen tantos ruidos no debía ayudar demasiado a las labores cotidianas del Baijí, por no hablar de la contaminación, la pérdida de sus presas naturales, sus propias captras o los golpes recibidos por las embarcaciones Así, nos hablaba Miguel Delibes de Castro, el prestigioso naturalista y divulgador científico hijo del celebérrimo escritor, en su libro la Naturaleza en Peligro del año 2000, cómo las autoridades chinas estimaban en menos de 100 individuos por aquel entonces a la especie, mientras que otros autores ponían la cifra muy por debajo. Así, el autor entendía que con esas cifras y semejante deterioro de su hábitat natural, difícil, muy difícil, tendría la especie eso de no extinguirse, más aún teniendo en cuenta la construcción de lo que es a día de hoy la presa más grande del planeta y que afectaba directamente al entorno de este delfín, la Presa de las Tres Gargantas.
Tras leer esto, no pude evitar meterme en Google y teclear su nombre, temiéndome lo peor. Efectivamente, las consideraciones con aquellas cifras de Delibes no iban mal encaminadas y en el 2006 tras una exploración buscando algún ejemplar se dio por primera vez a la especie por extinta. Poco después se atisbó uno, y de nuevo en el 2008 tuvieron que darlo por perdido. Perdido para siempre. Nunca más volveremos a ver a este delfín usando sus chasquidos para ubicarse, cazar, buscar reproducirse o sortear obstáculos. Contar la historia del Baijí es contar la historia de cientos y miles de especies que continuamente desaparecen para siempre, cierto es que cuanto más grande  y emparentada con nosotros más nos impacta o “preocupa”, pero ya se sabe estos 7600 millones de personas que somos hoy en el planeta y el estilo de vida que seguimos empeñados en mantener, seguirá cercando a tantas y tantas especies que necesitan unas determinadas condiciones para poder sobrevivir. Las matemáticas son simples, no hay espacio para todos, y nosotros queremos todo el espacio. Siempre nos quedarán las historias, las fotos o los vídeos del youtube… Triste historia la nuestra, viendo escuchar estos sonidas que se apagan