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A día de hoy todos nos echamos las
manos a la cabeza, incrédulos y solemnes, al hablar sobre la
barbarie que los nazis cometieron contra el pueblo judío. El
dogmatismo puede conseguir hacer sembrar ideas que anulen de toda
empatía al ser humano. Esta ausencia de empatía puede acabar
haciéndonos ver a un ser humano como algo más parecido a algo
carente de vida y, en ese contexto, cualquier barbarie, cualquier
dolor, podría llegar a pasar desapercibido. Así el pueblo alemán
acabó viendo como “normal” marcar mediante un brazalete la
pertenencia al colectivo judío de un individuo, la confinación de
estos en ghettos, el hacinamiento de los mismos o su reclusión en
campos de concentración sometido a trabajos forzados. Se normalizó.
La barbarie se normalizó. Puesto este ejemplo podrían ponerse, por
desgracia, centenares similares.
Algo parecido comienza a ocurrir dentro
de nuestras fronteras en su percepción hacia lo que pasa desde fuera
hacia dentro. En su límite. Ignorando la complejidad del problema
insistimos afrontar éste, en su continua complejidad creciente,
matando moscas a cañonazos. Eliminando las aristas humanitarias que
tanto costó hacer presentes para anteponer, muy por encima, nuestro
miedo irracional a la presencia “invasora” que justifique, ya sí,
todo tipo de acciones para alcanzar el objetivo: dogmatismo
maquiavélico.
No importa entender cuáles son las
causas de este creciente flujo migratorio. No importa entender que el
sistema del siglo XXI de generación creciente de desigualdades y
consecuente deterioro ambiental (o viceversa) nos llevará,
ineludiblemente, a un mayor flujo migratorio. Tal vez si
entendiéramos eso, se nos haría inevitable, afrontar la
problemática desde otras perspectivas, como por ejemplo, apostando
fuerte por un mundo más justo. Vuelve la utopía a las líneas de
este blog y ya podré ser apedreado por demagogo populista. Es mucho
más sensato, claro está, admitir esta espiral continua de
destrucción y asumir que mejor sálvese quien pueda y tonto el
último. Por si acaso, los medios ya han puesto su dedo inquisidor
sobre el único culpable: las mafias. No diré yo que las mafias no
tienen nada que ver. No diré por tanto que parte de la problemática
no haya que atacarla atacando ahí. Sin embargo, se demuestra un gran
cinismo si se pretende creer que este es el único o el mayor de los
problemas. Los migrantes, seguirán siéndolo, con mafias o sin
ellas, con bombardeos de buques o sin ellos, con devoluciones en
caliente o sin ellas, mientras la situación en sus países de
orígenes sea irrespirable. Si seguimos insistiendo en ignorar este
tema las únicas soluciones pasarán por extremar la violencia contra
los inmigrantes haciendo que, más pronto que tarde, lo vivido en
otros grandes genocidios de la historia vuelva a estar presente en este mundo, el nuestro, el de la vieja Europa, orgullosa de sacar
pecho como cuna de la Democracia y los Derechos Humanos.
Entretanto, seguiremos olvidando que
son seres humanos, porque no los veremos como tales. Los partidos de
la ultraderecha siguen creciendo al candor del incremento del flujo
inmigratorio y la crisis económica. Encefalogramas planos de
ciudadanos que prefieren odiar a pensar. Entretanto seguiremos dando
por buenas las soluciones que pasen por blindar nuestras fronteras
sobre otras que hablen de integración y romper las barreras de la
desigualdad. Entretanto seguirán los medios amplificando las
noticias de nuestros problemas e ignorando las tragedias en el mar.
Entretanto seguiremos construyendo muros, cada vez más altos, cada
vez más cortantes. Entretanto seguiremos enviando cada vez a más
fuerzas del orden para poner desorden. Entretanto seguiremos cada vez
viendo un poco menos y tal vez, algún día, sea ya tarde y no veamos
nada.